Charquicán 2.0
Cuándo será el día en que puedas olvidar, borrar el rastro hacía atrás. Dejar de lado las personas, las caras y las situaciones y empezar todo de nuevo. Se puede, supongo, siento que en gran parte lo he hecho.
Se acerca otra Navidad y año nuevo. Todo el mundo se pone feliz en estas fechas, a mi me pasa el efecto contrario. Me amargo, me silencio, me dan ganas de entrar a la pieza –cualquiera que sea, la de la casa de turno – y llevarme las manos a la cara y ponerme a llorar. Pero me aguanto, eso es bueno. Sonrío, pero la verdad es que no tengo ningunas ganas de hacerlo. Cuando niño me preguntaban, ¿qué te pasa? Con caras de weones todos, como pensando “puta el pendejo mal agradecido, le dan regalos y no se pone feliz”.
Me carga que me pregunten weas a las que ni siquiera encuentran respuestas.
He tenido sueños desagradables. Hace tiempo se repiten y la situación es la misma.
No estoy en Santiago, es en una parcela. Estoy con mi familia y entran dos tipos extraños, uno saca fotos, el otro discute. Gritos, me abalanzo al que tiene la cámara, se la rompo y comenzamos a pelear. Lo golpeo, tomo su cabeza y la azoto al suelo. De pronto se siente que algo cruje, el maicillo blanco se tiñe de un color rojo. El tipo no reacciona.
Al otro lado, con un palo golpean a un familiar, cae a piso inconciente. El extraño arranca, lo esperan afuera en un auto. Miro a mi pariente, hiervo en sangre, la tristeza me desespera. Tomo un auto –no sé manejar – y voy a buscar al tipo a una población, está llena de conventillos y lugares desagradables. Pobreza, hacinamiento, como los angostos pasillos de San Diego, los que más de una vez tuve que entrar para buscar a alguien.
Hablo con una mujer, tiene la cabeza tapada con un pañuelo, lava ropa en agua sucia. No me bajo del auto, me mira y apunta una ventana de un segundo piso. Alguien me acompaña, va de copiloto, es mujer. Me bajo y abro la puerta de la casa, reviso mi bolsillo y hay un revolver. Lo miro y cuento las balas, tengo miedo, mucho miedo….
Después despierto con angustia y no puedo dormir. Tengo que ir a esa parcela, algo me está llamando desde el inconciente.
El pasado me persigue de cierta manera, pero me arranco fácil, no lo dejo entrar.
De lo que escribo, ¿Qué es ficción o realidad? ¿Me lo habrán contado o lo inventé?
Tengan la seguridad que hay de las dos, se mezclan y me meto adentro de lo que invento, a veces escribo algo y luego pasa. No igual, pero se vuelve realidad. En un par de ocasiones me he dado cuenta de que sucedió algo similar.
A veces escribo algo y me meto adentro, evoco tristeza, alegría, amor, según sea la situación. A veces escribo algo y me meto adentro, después no puedo salir.
¿Qué diferencia hay entre la ficción y la realidad? ¿MI ficción y mi realidad?, tú ficción y tu realidad.
La ficción se acepta tal cual es, si escribo un libro sobre detectives, no se pondrá en duda que mi personaje, un joven estudiante de colegio, tome el revolver de su padre y vaya y mate al hombre que planea una conspiración al país. El lector no piensa que es fantástico, sino que acepta esa realidad.
Ahora, la realidad se pone en duda. Si yo le cuento a alguien que mi mejor amigo mató al tipo que planeaba una conspiración al país. Nadie me va a creer, de hecho terminaría como un chanta.
¿Qué es realidad, qué es ficción? Donde está el límite en creer. ¿Y si todos podemos volar y nadie lo ha descubierto?
¿Qué hay de ficción en nuestras vidas?, ¿cuánto es realidad?
Se acerca otra Navidad y año nuevo. Todo el mundo se pone feliz en estas fechas, a mi me pasa el efecto contrario. Me amargo, me silencio, me dan ganas de entrar a la pieza –cualquiera que sea, la de la casa de turno – y llevarme las manos a la cara y ponerme a llorar. Pero me aguanto, eso es bueno. Sonrío, pero la verdad es que no tengo ningunas ganas de hacerlo. Cuando niño me preguntaban, ¿qué te pasa? Con caras de weones todos, como pensando “puta el pendejo mal agradecido, le dan regalos y no se pone feliz”.
Me carga que me pregunten weas a las que ni siquiera encuentran respuestas.
He tenido sueños desagradables. Hace tiempo se repiten y la situación es la misma.
No estoy en Santiago, es en una parcela. Estoy con mi familia y entran dos tipos extraños, uno saca fotos, el otro discute. Gritos, me abalanzo al que tiene la cámara, se la rompo y comenzamos a pelear. Lo golpeo, tomo su cabeza y la azoto al suelo. De pronto se siente que algo cruje, el maicillo blanco se tiñe de un color rojo. El tipo no reacciona.
Al otro lado, con un palo golpean a un familiar, cae a piso inconciente. El extraño arranca, lo esperan afuera en un auto. Miro a mi pariente, hiervo en sangre, la tristeza me desespera. Tomo un auto –no sé manejar – y voy a buscar al tipo a una población, está llena de conventillos y lugares desagradables. Pobreza, hacinamiento, como los angostos pasillos de San Diego, los que más de una vez tuve que entrar para buscar a alguien.
Hablo con una mujer, tiene la cabeza tapada con un pañuelo, lava ropa en agua sucia. No me bajo del auto, me mira y apunta una ventana de un segundo piso. Alguien me acompaña, va de copiloto, es mujer. Me bajo y abro la puerta de la casa, reviso mi bolsillo y hay un revolver. Lo miro y cuento las balas, tengo miedo, mucho miedo….
Después despierto con angustia y no puedo dormir. Tengo que ir a esa parcela, algo me está llamando desde el inconciente.
El pasado me persigue de cierta manera, pero me arranco fácil, no lo dejo entrar.
De lo que escribo, ¿Qué es ficción o realidad? ¿Me lo habrán contado o lo inventé?
Tengan la seguridad que hay de las dos, se mezclan y me meto adentro de lo que invento, a veces escribo algo y luego pasa. No igual, pero se vuelve realidad. En un par de ocasiones me he dado cuenta de que sucedió algo similar.
A veces escribo algo y me meto adentro, evoco tristeza, alegría, amor, según sea la situación. A veces escribo algo y me meto adentro, después no puedo salir.
¿Qué diferencia hay entre la ficción y la realidad? ¿MI ficción y mi realidad?, tú ficción y tu realidad.
La ficción se acepta tal cual es, si escribo un libro sobre detectives, no se pondrá en duda que mi personaje, un joven estudiante de colegio, tome el revolver de su padre y vaya y mate al hombre que planea una conspiración al país. El lector no piensa que es fantástico, sino que acepta esa realidad.
Ahora, la realidad se pone en duda. Si yo le cuento a alguien que mi mejor amigo mató al tipo que planeaba una conspiración al país. Nadie me va a creer, de hecho terminaría como un chanta.
¿Qué es realidad, qué es ficción? Donde está el límite en creer. ¿Y si todos podemos volar y nadie lo ha descubierto?
¿Qué hay de ficción en nuestras vidas?, ¿cuánto es realidad?
¿Dónde está el límite entre lo cuerdo y lo lunatico? ¿Y si confundo las cosas, la realidad y la ficción? ¿Me estaré volviendo loco?
¿Qué es realidad y que es ficción cuando escribo?