15 septiembre 2006

Este cuento pensaba hacerlo más largo, pero al parecer me aburrió. Debo terminar lo que empiezo. Sí lo quieren ver editado, enchulado, con fotos, o ver otros cuentos, reportajes, entrevistas y cuanta cosa quieran, lean acá Paniko
Volviendo a casa
Eran casi seis años sin verlos, tal vez más. Yo lo único que llevaba en mente era un par de titulares, el primero de una incautación de drogas y el segundo, sobre el accidente automovilístico que me tenía aquí. Es difícil no ver a las personas en un buen tiempo, uno siempre las lleva en la mente, las imagina y con eso, las desfigura. Se idealizan, como todos o la gran mayoría de los jóvenes que estaban de negro en ese funeral. Lo mejor de las familias de clase alta del pueblo, hijos de comerciantes árabes, de destacados doctores, de alcaldes, gobernadores, concejales. Todos tenían algo con que resaltar. Eso los hacía ser parte privilegiada del pueblo, entrar gratis a los bares de mala muerte, prostíbulos, tener drogas y conseguirlo todo fácil, ahí los apellidos pesaban y más aún si tus padres o abuelos eran importantes en el sector.

Creo que una vez había entrado a ese cementerio, tenía vista al mar. Estaba lejos del pueblo, pero era el placer de todos ir a morir allá. Sí, lo recuerdo bien. Fue cuando entré al colegio, en ese verano había muerto ahogado un primo del que ahora estábamos enterrando. En Papudo, en una playa famosa por los innumerables remolinos que se hacían en el agua y con ellos atrapaban a cuanto veraneante podía. En ocasiones, el mar devolvía a sus victimas, en otras, no perdonaba.

Era chico y no entendía muy bien lo que pasaba, primer día de clases y una misa en memoria del que no pude conocer. Mis compañeros me decían que ahora estaba mejor, que el cielo es un gran mar donde ahora podría nadar tranquilo por mucho tiempo.
Este niño, además había sido alumno del colegio donde ahora tendría que estudiar. Iba en el mismo curso donde yo estaba. Nadie entendía muy bien el significado de la muerte, pero los curas del colegio sabían manejar mejor que nadie esos temas. Los transformaban en tabú, no se hablaban o daban explicaciones incoherentes. Nosotros, entendimos que ahora estaba nadando eternamente en el cielo. Cuando nos acercamos a la tumba, adentro no había nadie, sólo una foto. El mar nunca lo devolvió.


Corría un viento helado. A lo lejos, se veían las olas golpear con las rocas y, a ratos, llegaba esa brisa húmeda de mar que tanto extrañaba. El olor a tierra recién mojada, a pasto y los aromas de la naturaleza, me transportaban a la infancia. En el horizonte, el sol se estaba escondiendo, los tonos naranja y violeta cubrían todo el cielo, el agua se teñía con esos colores, se mezclaban. Hacía el amor el cielo con el mar, eran uno.
Acá, en cambio, los tonos eran diferentes, el silencio llegaba a ser adormecedor. Los colores eran grises, blancos y negros, el pasto mimetizaba el olor a agua estancada y a flores podridas. En este cerro todo era distinto, era otro Viña del Mar, con otra gente, con recuerdos rotos y promesas sin cumplir. Con calles propias y mausoleos distintos a la arquitectura típica de puerto. El ambiente era umbrío, triste.

Dentro de la pequeña multitud que despedía al accidentado, habían tres personas que estaban fumando aparte del grupo, un poco más lejos del funeral, en otra tumba. Me acerqué a ellos, todos de negro, miraban el suelo como si de éste fueran a salir las respuestas que buscaban. Ninguno hablaba mucho o más de lo debido, sólo se dedicaban a darles grandes caladas al cigarro, a olvidarse un poco de todo.
Ya cuando estaba cerca de ellos les pedí fuego.

- Sí, acá lo tienes. Respondió.

Y sacó de su bolsillo un encendedor y se acercó para prender mi cigarro. Sus ojos se abrieron, se sorprendió. No esperaba que estuviera ahí, que hubiera viajado para ir a despedir a nuestro ex compañero.

- Benja. Tanto tiempo. No esperaba verte acá.

- Diego, las noticias corren rápido y sobre todo las malas. Respondí

- Desde luego. Y a ellos, ¿los recuerdas? Y me señaló a Felipe y Mario, los compañeros con los que más me juntaba en el colegio y fuera de él.


Mario era primo hermano del que se había ahogado hace años atrás y primo lejano, como en segundo grado, del actual fallecido. Su familia era de comerciantes árabes, todas ligadas entre sí. Tenían el monopolio del comercio en el pueblo y las pequeñas ciudades cercanas. Estaban constantemente estafándose, escondiéndose dinero y robándose entre sí. Uno se podía dar cuenta cuales eran las familias de turno, en el colegio se armaban grandes peleas entre primos, que en un principio, nadie entendía muy bien. Pero con el paso del tiempo nos dimos cuenta que los problemas de adultos también se pasaban a los hijos, como una lacra, pero con el tiempo esas heridas se iban dispensando lentamente.

- El colegio lo cagó Benja, como nos cagó a todos. Estos curas nos lavaron el cerebro, nos llenaron de trancas. Al final, el prestigio de haber salido de tan buen establecimiento se nos va a la mierda. Tuviste suerte de irte a tiempo. En Santiago las cosas son distintas, se vive distinto. Comentó entre sollozos Mario, que ya no sabía bien donde estaba, sentía un poco de frustración, de odio, de impotencia.

No sabía que decirle, como contestar eso. Tenía razón, los curas habían dejado su huella en nosotros, una estampa que hacía diferenciarnos del resto en el pueblo. Sabíamos perfectamente quienes iban y quienes no en el colegio, era algo simplemente en la presencia. El corte de pelo, la forma de pararse, de hablar, de estar en público. Todas esas cosas nos diferenciaban del resto. En Santiago las cosas cambian, eso ya no sirve. Hay que reformularse todo, la manera de pensar, la forma de ver el mundo. En la capital, las antiguas enseñanzas del evangelio, no sirven.

- Te acuerdas de esta lapida Benja, es la de Cristian. El compañero que murió ahogado. Dijo Diego.

- Sí, fue en el mismo año en que llegué. Respondí mirando el suelo.

El epitafio decía algo como “te queremos y en nuestros corazones te recordaremos”. Siempre me quedó dando vueltas la muerte de él, sentía que había llenado el vacío que él dejó en la sala de clases, que fui el vacante que faltaba para completar el número en el curso. Con el tiempo lo fui olvidando, se fue borrando en mi mente su figura, la foto en el ataúd.

- Tuviste suerte huevon. Desde que te fuiste las cosas no cambiaron mucho, pero tú por lo menos pudiste leer otras cosas, salir de este pueblo de mierda. Aquí todos nos hicimos algo prisioneros, nadie quiso ir mas lejos que Viña del Mar. Todos terminaron estudiando acá, algunos ni siquiera sacaron carreras universitarias. La gran mayoría se dedicó a aprender el funcionamiento de las empresas o los fundos de sus padres. Dijo Felipe. Concentrado mirando el mar, fumando el cigarro hasta las últimas.

Yo estaba más pendiente de mis pensamientos y de escuchar a ratos las palabras del sacerdote en la ceremonia. Mario sólo se dedicaba a lanzar diatribas en latín contra la iglesia. Sabía que ella había matado a su primo. Aún cuando lo que ésta profesaba era amor y paz. Nosotros cuatro teníamos claro que la prisión Colegio San Pascual Apóstol, nos destruía, nos sujetaba a creer cosas impuestas. Por eso, al salir del colegio y ya en los últimos años, nos reventábamos como si el mundo se fuera a acabar. Queríamos probar todo lo malo que dijeron alguna vez nuestros profesores. El sexo, las drogas, el alcohol, la literatura prohibida, carreras mal vistas. En ese entonces todo para nosotros era nuevo, tenía un buen gusto, adrenalina a la vena.

Luego vino un silencio incomodo, de esos que llegan a doler los oídos. Cada uno trataba de quebrarlo, de romper con ese hielo que había llegado para quedarse, que permanecía inmóvil sobre nuestros cuerpos, sujeto en el aire. Yo, recordaba.


Todos formados en filas perfectas. Lunes en la mañana, en ayunas, esperando entrar a la misa rutinaria de la semana. Algunos, los más grandes, sacaban de sus bolsillos dulces o chicles para calmar el hambre. Nosotros los mirábamos como el acto más valiente que podían hacer. Ir en contra de las normas establecidas por los sacerdotes del colegio, era casi un pecado.
Diego, siempre iba delante de mí en la fila. En aquel entonces no poseía esa gallardía que lo caracterizó años después, como el campeón de los burdeles, conocía a todas las prostitutas del pueblo. Incluso llegó a enamorarse de una, de Scarlet. Sus ojos y su figura infantil, deleznable, virginal, la hacía tener el atributo necesario para esconder su verdadera condición. Jamás se les vio juntos, pero los más amigos, sabían de todo lo que pasaba. Con el paso del tiempo, los dos se dieron cuenta que no podían concretar nada, que sólo llegarían a los encuentros carnales de fin de semana, en el burdel. O los inesperados encuentros en solitarios callejones, donde consumaban sus placeres, los calores de la semana, las fiebres desesperadas de un joven de quince años.
Años después, en el bar Luna Creciente, en Valparaíso. Nos contaron que la Scarlet había armado su propio prostíbulo en el puerto de San Antonio. Se había casado con su cabrón y ahora él se dedicaba a la trata de blancas, mientras que ella administraba el local.
La actitud inequívoca de todos fue guardar silencio, pactar ese secreto con la sangre de nuestra amistad. Los ojos de Diego estaban llorosos, se había enamorado. Su mirada lo demostraba, era franca e indefensa. Desde ese día, no se habló más del tema.

-Ahora viene la parte de los abrazos. Interrumpió Felipe – Deberías ir, hay varias caras conocidas. Agregó.

-Sí, aunque lo hago más por educación. Los únicos que me interesaban ver eran a ustedes y bueno… Roberto, claro. Respondí con toda sinceridad.

El funeral había terminado y ahora las elocuentes lenguas, la de las viejas que aprovechan toda ocasión para hacer vida social, ahora disparaban sus dardos a todo el mundo, dando el pésame a los familiares y a todos en general.

- Porqué no te haces cargo de las viejas copuchentas, Mario. Eres el más idóneo para entretenerlas ¿No recuerdas a la mamá del Pancho Silva? Dijo en un tono burlesco Felipe.

-¿Y tú mamá no te ha contado nada, Felipito? Acaso crees que tu hermano chico fue un chiripazo de tus viejos. Respondió Mario con su típica pesadez.

-Mejor caminemos al auto. Benja ¿Vienes con nosotros? Preguntó Diego - ¿Por los viejos tiempos?

-Por los viejos tiempos. Respondí, prendiendo al mismo tiempo uno de los cigarros añejos de mi bolsillo.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

=O

ayer escrbí muuucho en tuu blog...
era un texto un poco más largo que el tuyo
=O
y.. se borró??????????

:'(

filo.. me desahogué.. mejopr que no lo leyeras ;)

aió!

Anónimo dijo...

Me acuerdo que leí el principio de ésto, y me gustó.
Ahora que está arregladito y todo, mejor ..
Hay frases ahí que suenan como refran, esas q dice todo el mundo porque son precisas...

:).
Chau.PI

Anónimo dijo...

y el q está en paniko..
mucho mejooor...
PI