23 marzo 2006

Pink Floyd, una de mis bandas favoritas

Powered by Castpost

Entre olores y vinagres.


Había cierto nerviosismo, un aire que estaba opacando el lugar. Nos mirábamos las caras de desconcierto, pero la realidad era muy distinta a lo que nuestros rostros demostraban. Sabíamos, o la gran mayoría sospechaba, lo que hoy iba a ocurrir.
Las amenazas estaban pegadas en casi todas las paredes de la facultad y lo más probable era que hoy nos tocara a nosotros. Algunos, los que ya estaban informados de este hecho, lograron escaparse sin importarles mucho lo que hoy pasaría. Preferían estar en sus casas a que los empaparan de un montón de cosas tan asquerosas, que la mezcla de ellas sería imposible de describir.

Las clases aún no terminaban, cuando por la pequeña ventana de la puerta se asomaron los verdugos. Mostraban fotos de cerdos, tijeras y las cosas con las que seguramente nos matarían. Todo esto era parte de una iniciación, era parte de un rito en el cual tenía que ser participe. Tenía que ser mechoneado.

El profesor salió lentamente de la sala y dio paso a que entraran todos los ya iniciados en esto que, para muchos puede ser algo asqueroso, pero ellos lo disfrutan con ganas.
Entraron uno a uno, nos amarraron y comenzaron a pintarnos la cara, a mancharnos las ropas, a reírse y pasar un buen rato a costa de nosotros.

Ese a costa de nosotros después de un rato ya no me era nada de agradable, el olor a vinagre y la mezcla asquerosa de olores que salían de mi cuerpo no me estaba gustando mucho. Luego, que me quitaran mis zapatillas y me mandaran a pedir plata a la calle arreglaba un poco las cosas. Cuando me di cuenta que la gente no cooperaba, preferí arreglarles el día haciéndoles shows. Me daba mucha lata que anduvieran de mal genio tan temprano por la mañana, no quería ser como ellos a futuro. Si iba a usar una corbata me gustaría que fuera con ganas, pero aquí en el centro todos andaban de mal humor y muy preocupados de caminar rectos, como caballos de carrera en el hipódromo. No puedo generalizar, en muchos casos el llevar un terno lo hacen por obligación y no por gusto.
Cuando pensé esas cosas y el olor me recordó que estoy en la Universidad, me sentí agradecido, porque en lo personal yo usaría un terno solamente cuando me tengan que enterrar. Puede parecer un poco fuera de sistema y un montón de cosas más, pero esta es mi manera de pensar y mientras esté estudiando tengo la suerte de ser libre, aún, de toda responsabilidad mayor.

Después, cuando ya tenía los pies hinchados de tanto caminar, fui a dejar la plata que había recaudado para las fiestas y asados que nos harían los verdugos de segundo año. Me fui a lavar el pelo, era una sensación tan asquerosa el no poder sacarse la mezcla de aliños que ya apestaba el estar mechoneado, la ropa hedionda, el olor que generaba mi cuerpo era vomitiva. A estas alturas ya lo único que quería era estar en mi casa, darme una ducha caliente y descansar. Mis pies tenían callos, estaban hinchados de tanto andar a pies descalzos. Esta iniciación hace mucho rato que ya no me parecía gustosa. El mechoneo apesta.


Cuando voy por el metro o camino por la calle. Veo a todos estos iniciados del movimiento universitario y me dan pena, el solo hecho de estar hediondos me producen repulsión. Ahora que los miro de otro punto de vista, me da una lata atroz sentir su olor, ese olor que me obliga hacerme a un lado y ni siquiera mirarlos.
El haber tenido esa experiencia me hizo darme cuenta que el vivirlo es una cosa, pero tener que soportar el olor y que más encima te pidan plata es otra muy distinta. A fin de cuentas las calles terminan todas hediondas, el olor se queda impregnado en el metro y las micros. Ya no me queda nada mas que decir, que el mechoneo es una mierda.

21 marzo 2006

Capitulo 3

Prendí el auto y me embarqué en un viaje sin retorno. Mis ojos llorosos miraban por el espejo retrovisor, los tenía rojos. El alcohol y las drogas se hacían notar en mi cuerpo, todas las cosas que veía hacía delante pasaban rápidas y desfiguradas.

Iba a 140 Km, ya no me importaba volver. El mirar hacía atrás me daba cierta sensación de pánico, como sí me fuera a convertir en sal, como si todos mis recuerdos me estuvieran persiguiendo, los recuerdos de esa noche, esos que no quería nunca más volver a imaginar.

José después de que me dijo que le gustaba Andrea, no volvió a despertar. Lo tomé en brazos y corrí hacia el auto. Cuando lo logré subir, partimos juntos (bueno partí solo porque mi amigo no despertaba) a la Clínica.

Allá en urgencias, me estaba esperando su mamá que ya se había enterado de todo por Andrea. Seguramente llegó en el minuto en que yo ya me había ido y el mastodonte la llevó donde la mamá de José y como vive cerca de la clínica no se demoró nada en llegar.

-¡Qué le pasó a mi hijo! Gritaba como descriteriada la mamá de José. – No sé tía se cayó a la piscina pero nada más- Trate de mentirle, no le podía decir que se estuvo drogando como imbecil toda la tarde.

Por un lado me daba pena la mamá de José, primera vez que venía a un hospital por él. Jamás, desde que lo conozco, había entrado a uno. Seguramente ya se le había ido el embrujo de la gitana y ahora tendría que pagar todas las cagadas que se había mandado, ahora como que se ganaba el Kino acumulado.

Una vez que José entró a los pasillos de no sé que cosa, empezó lo que yo no quería. El interrogatorio.

- La Andrea me dijo que se estuvieron drogando. ¿Es cierto eso Simón?

-Puta la hueona hocicona. Respondí como por instinto.

-¡Que fue lo que dijiste pendejo de mierda! Me gritó la mamá de José.

Nunca la había visto tan histérica, bueno yo tampoco estaba reaccionando de la mejor manera, así que me merecía por un lado este trato.

-Tía por favor cálmese, sí el José va a salir bien de esta, se lo aseguro con mi vida.

-Es que lo que me preocupa Simón es que mi hijo se está perdiendo y yo siento que tú también vas por el mismo camino. Andrea me comentó que cada vez se están drogando y están quedando peor en las fiestas. Si tú quieres a Josecito, te pido que no te juntes más con él.

Está última frase creo que tocó fondo en mi corazón, como sí me hubiesen lanzado un piedrazo en toda la cabeza. Supongo que el mundo se me vino abajo con lo que me estaba diciendo está vieja, el José mi amigo ya no podría verlo más por culpa de la muy hocicona de la Andrea.

Pareciera ser que cuando tocan a tus amigos las minas que te gustan pasan a segundo plano inmediatamente, la culpa aquí solamente la tenía ella y ahora podría apostar todo a que se está revolcando con el mastodonte, mientras que mi amigo está todo intoxicado aquí.

-Sabe señora, no quiero hablar más y dígale a su Andreita que se vaya a la cresta.

Me di vuelta lentamente y me largué a correr por los pasillos largos y blancos pasados a éter. No quería mirar hacia atrás, tenía miedo a todo, a que iban a decir después, si lo de José era algo serio o si mi situación era tan podrida como lo decía la vieja del José. Tan solo quería desaparecer de la tierra por un buen tiempo.

Llegué a los estacionamientos, prendí el auto y me embarque en un viaje sin retorno. Mis ojos llorosos miraban por el espejo retrovisor, los tenía rojos. El alcohol y las drogas se hacían notar en mi cuerpo, todas las cosas que veía hacía delante pasaban rápidas y desfiguradas.

Iba a 140 Km, ya no me importaba volver. El mirar hacía atrás me daba cierta sensación de pánico, como sí me fuera a convertir en sal, como si todos mis recuerdos me estuvieran persiguiendo, los recuerdos de esa noche, esos que no quería nunca más volver a imaginar.

Prendí la Radio y sonaba mágicamente esto, la canción que más de alguna vez escuche con Andrea en su pieza, ahora ella ya no existía.

De pronto la velocidad del auto se empezó a poner cada vez más lenta, mis manos estaban cansadas y mis ojos se ponían cada vez más arenosos y densos. Me costaba mirar y sentía que el sillón me estaba absorbiendo. Después vino una luz fuerte y un sonido ensordecedor. Luego, todo se fue a negro….








Si quieres saber lo que iba escuchando Simon, haz click aca.

Powered by Castpost

19 marzo 2006

Muchas cosas pasan po estos días, pareciera que cuando uno entra a la universida todo se te va encima. Hace poco me asaltaron con unos compañeros de U. Por primera vez en mi vida me sentí vulnerable en la calle...

Capitulo 1.

Entre tanto que yo tomaba el vaso, ella me pasaba el pito recién prendido. Su olor inconfundible se esparcía rápidamente por todo el patio de la casa del Pancho Gutiérrez, y como sus padres estaban de vacaciones, era posible hacer todo lo que se nos diera la gana sin que nadie nos molestara.

Estábamos despidiendo las vacaciones y estos eran nuestros últimos días de libertad, sin preocupaciones ni nada que nos pudiera quitar el sueño.

José ya llevaba como tres pitos enteros en su organismo y su estado comatoso era bastante notorio. Ahí estaba el pobre casi muerto, hecho un saco de papas tendido sobre el pasto del lugar.

Los demás, se bañaban en la piscina y jugaban juegos tan burdos como sus propias existencias.

Pero ahí estaba yo, sentado frente a ella como un libro mamotreto de esos que nos pasaban en las clases de filosofía. Imposible de entender, tan difícil como lo que sentía por Andrea. Estaba esperando el momento para decirle la verdad. Mi verdad que a veces trataba de hacérsela notar en etílicas conversaciones, sin embargo, de eso, ella nada sospechaba.

José de pronto se levantó del pasto y se miró su piel toda estriada producto de las largas horas bajo el sol. Mecánicamente caminó en dirección a la piscina y lanzó su deslavado cuerpo al agua.

Ahora que el ya no estaba cerca podría formalizar mi situación, pensé. Este sería el momento y por lo tanto no podría esperar un minuto más para declararme.

Después de unos breves segundos, volví la mirada hacia donde estaba ella, se había ido y el resto también.

Todos se agolparon a la piscina como si fuera algún espectáculo del paseo Ahumada.

De pronto comprendí que para Andrea yo no era su centro de atención, José se estaba ahogando.

Capitulo 2

Después de que Andrea se lanzara a rescatar a José y le hiciera todas las prácticas de primeros auxilios aprendidas en su colegio de monjas, todo volvió a la normalidad.

Aquí todos están acostumbrados a las gracias de José, estos sucesos se presentan cada vez que se droga y no era tampoco de extrañar que su estado en cada junta fuera peor.

Lo que es yo, estaba con el vaso de cerveza intacto, no me había parado de donde estaba. Que mi amigo se estuviera ahogando no me producía ninguna preocupación. Lo raro es que por más desgracias que le pasaran siempre salía sano y salvo.

Una vez me dijo que cuando era chico, una gitana le había hecho una morisqueta y que para él eso había sido un hechizo que lo protegería para toda la vida, por eso creo que cada vez hace cosas más estupidas, para poner a prueba esta bendición de la mujer. El problema está en que siempre sale ileso de todo y nunca aprende alguna lección.

Mientras tanto, Andrea hablaba con un par de rugbystas que se habían colado a la fiesta, eran vecinos del Pancho así que daba lo mismo si estaban acá. A lo lejos escuchaba que uno de ellos la invitaba a dar una vuelta en auto, mientras que el otro no paraba de transmitir sobre el campeonato de la católica y que este año sí que saldrían campeones. Yo miraba a Andrea y ella a lo único que atinaba era a ponerme caras chapuceras, se notaba claramente que prefería al mastodonte morigerado que a mi. No me importaba mucho que se fuera a pasear con él en auto, total le dijo a su mamá que volvería conmigo antes de las diez y media, así que tendría que volver para que nos fuéramos juntos de aquí.

Pasado un rato, y cuando ya todo se había calmado un poco. Me paré y fui donde José que estaba tendido sobre un sillón con una manta encima. Estaba tiritando de frío, tenía muy mala cara.

-José, dame la hora porfa. Le pregunté

-vela tu mismo, no soy tu nana. Me respondió.

Era la una de la madrugada y Andrea no iba a llegar. En cuanto a José, se veía realmente mal y se ponía cada vez más pálido, le daban como convulsiones a ratos. Para mí era puro show, siempre lo hace para llamar la atención.

-Me duelen las coyunturas de los huesos, siento que me voy a morir. Me dijo.

-Pero sí tú teni suerte José, a ti nunca te pasan cosas malas. Por último nos quedamos a dormir acá y nadie en tú casa va a saber lo que te pasó. Respondí.

-Es que me quiero ir para mi casa igual, tengo que hablar con Andrea.

Me pareció extraña esa respuesta, José nunca se había acercado mucho a ella ni cuando estábamos en el colegio. No éramos compañeros con ella, pero su colegio de monjas estaba al lado del nuestro y como el Pancho Gutiérrez conoce a todo el mundo nos la presentó. José casi no le hablaba.

-Y para que quieres hablar con ella, yo creía que te caía mal. Le dije

- Quiero decirle que me gusta.

11 marzo 2006

Este es mi primera cronica para la universidad espero que me vaya bien y me saque una buena nota,saludos a todos los que me leen.

Subway

Pareciera ser que cuando toda la gente corre no sé da cuenta de las cosas que uno tiene al lado, no contempla el mundo subterráneo. Sí así es, porque aunque no lo parezca el metro de nuestra ciudad tiene Arte, un arte que no conoce la luz del día y espera ansioso por ser descubierto. Por Sebastián Fuentes.

Próxima bajada, estación de metro los Héroes.

Llevaba un buen rato viajando por el metro, con el cansancio insertado en mi cuerpo como si fuera un chip (ese que llevamos todos los chilenos por defecto), y en especial cuando es día Lunes y todos van a sus trabajos con la cabeza pensando en las vacaciones, en las sandias que se comían bajo los árboles, en la hora de la siesta o los choclos con mantequilla a la hora de almuerzo.

Ahí estaba yo, en ese grupo que corre por las escaleras todas las mañanas como por inercia, con la almohada pegada en la cabeza, siempre mirando al frente como caballo de carrera.

-Estación de metro Los Héroes lugar de combinación con línea 2. Decía una voz por los parlantes que jamás he sabido donde se encuentran.

-Aquí es donde me bajo. Pensé

Me empujan por la espalda y por todos lados, nadie quiere quedarse afuera o dentro del metro, según sea la situación, nadie quiere esperar.

Constelación II.

Una vez y al fin abajo, me encuentro frente a frente con un ventanal gigante, mi reflejo me dice que tengo todo el pelo desordenado y comienzo a peinarme precariamente con las manos. De reojo veo al metro comenzar a avanzar a sus próximos destinos para llevar a todas estas hormiguitas por este inmenso hormiguero de concreto a sus lugares de trabajo.

En cuanto el metro se fue, vi algo insólito. Había una enorme mancha reflejada en el espejo. Traté de darle una explicación, de darle forma a esa figura. Giré en 180 grados y ahí estaba, al otro lado de la línea del tren, grande he impotente, de colores grisáceos y salmones. Nada era muy claro en mi mente en ese momento, esa figura ahí en la pared y el espejo gigante a mis espaldas, tenían que significar algo.

Me di vuelta y en el espejo había una inscripción que en un principio no me había percatado. Constelación II, decía. Ahora todo empezaba a tomar sentido, era extraño pero no le encontraba más función al espejo que reflejar esa bella figura del otro lado del metro. De un momento a otro comencé a ver imágenes más concretas, un caballo y dos colibríes era lo que podía ver en el mural y su nombre, Constelación II, explicaba un poco el principio de las cosas. Como cuando comienza la especie a aparecer, los primeros indicios de vida. Pero la imagen aún no era tan clara, por eso era una constelación, porque éstas en la vida real están dispersas en el espacio y son como unas masas de estrellas y vaya saber uno que otra cosa más tienen adentro.

Estaba fascinado y algo me impulsaba a ver más cosas, no me podía quedar con esa imagen solamente. Tenía que ver más. El metro llega y mi propio sentimiento de curiosidad me guiaba hacia la próxima estación. El viaje estaba recién empezando.

No tenía voz.

Llegué a la Estación Moneda, inmerso en ese sueño de ver las cosas de otra manera. La gente me miraba y yo me sentía con poder, con ese poder de ver otros ángulos de la vida cotidiana, era más entretenido y había de esta manera un montón de aristas por conocer.

Una vez abajo me topé cara a cara con un cuadro que mostraba las araucarias de Nahuelbuta. Estas, me producían paz y una calma gigante. Eran millones de árboles y el paisaje parecía disolverse lentamente con colores más tenues.

Más allá había otros cuadros, me interesé rápidamente y fui a verlos.

En uno de ellos estaba el Océano Pacifico, que golpeaba con furia unas rocas a la orilla del mar y frente a ese estaba la Cordillera de Los Andes, inmensa y majestuosa como suelen ser todas las cordilleras que vemos en la televisión o cuando salgo al patio de mí casa a darle comida al perro. Y ahí esta sin moverse esperando que algo pase, que alguien la mire o se aventure a recorrerla.

La gracia de estos cuadros era que no había gente, era paisajismo puro. Mostraban las cosas más lindas de nuestro país: el mar, su naturaleza y la cordillera.

Comprendí que sí seguía la secuencia de la estación anterior, aquí en Moneda nos mostraba un Chile donde aún no habitaba nadie, un territorio donde había tranquilidad y todo funcionaba y se auto-mantenía a la perfección. Era un lugar donde aún los sonidos de los árboles al mecerse con el viento o el mar golpeando las rocas podían escucharse. Un lugar donde no existía el progreso ni la voz del ser humano. Un Chile que no hablaba español.

Réquiem.


Estaba pero más que desesperado por llegar a la otra estación y ver que era lo que me esperaba, subí rápido al metro y en fracción de segundos ya estaba en la estación Universidad de Chile. La gente aquí va igual de apurada que en todos lados así que no era de extrañar que me empujaran nuevamente y me arrastraran hacía la salida. Me fui en contra de la corriente y avancé lo que más pude.
Cuando la gente empezó a escasear y el paso fue más tranquilo, miré al cielo y me encontré con un mural que recorría el metro de un costado al otro. Frente a donde estaba yo había unas pequeñas letras que decían lo siguiente:

“Las piedras y el piñón,
Las estrellas y el viento
Son gente de antes.
Ahora di con firmeza;
Yo el hombre aún permanezco.
Es la guerra;
Es un arco iris negro,
Que avanza…”

Seguí mirando el mural y las palabras empezaron a validarse por si solas, las imágenes de opresión, muerte y destrucción estaban por todos lados. Había fuego, calaveras, gente muerta, animales muertos. La guerra de Arauco resumía todo el concepto de odio entre dos razas, en esta estación a Chile lo obligaron a hablar español, le enseñaron que la libertad se había acabado y que ya no se podía correr por los interminables bosques de araucarias.
La historia avanzaba y era inevitable que se saltaran esa importante parte de nuestro país. Cada estación me mostró una faceta del Chile que alguna vez fue, esta última no era la más agradable pero era importante que estuviera ahí.

Comprendí que el metro tiene su historia, una que no conoce la luz del sol pero igual trata en lo posible de que la observen. Quiere enseñarnos cosas que probablemente jamás contemplemos en el mundo exterior.
El arte está en la calle y en todas partes, nos trata de comunicar algo, por eso aprovechemos este museo subterráneo, que trata de sensibilizar a las millones de hormigas que pasan día a día por ahí.


07 marzo 2006

temporada de cambios, nuevas caras y acostumbrandose a otro estilo de vida.

Un capitulo de mi vida.


Me acuerdo que eran aproximadamente las seis de la tarde y el sol no pensaba bajar ni siquiera un poco su intensidad. Me golpeaba fuerte y más aún con una mochila que pesaba cinco kilos menos que yo. Me odiaba por haber echado tanta ropa, solo había sacado tres poleras y un pantalón en todo el viaje y el resto estaba ahí, esperando ser usado en algún momento. El problema era simplemente que había llevado ropa como para un año entero en la sabana africana, pero en este caso mientras más liviano mejor.

A fin de cuentas el ambiente era bochornoso, como todas las primeras veces suelen serlo. Y esta, era igual de denigrante que todas las primeras veces anteriores.

Lo raro de todo esto es que me sentía feliz por la situación. No tenía horarios ni hora de llegada, era completamente libre. Tan solo mi mochila y yo.

La tarde pasó, entre largas horas de caminatas, sed, sudor y hambre. De a poco comenzaron a aparecer las primeras estrellas en el cielo. El primer indicio de que estaba llegando la noche. Con suerte sabía bien dónde estaba y esa desorientación traía consigo un cierto aire de desesperación, como cuando quieres buscar algo pero no sabes por donde empezar. Esto era lo mismo pero sin mapas, ni nombres de calles o ciudades. Me encontraba en la nada.

Parece que estamos en Chacao, dijo uno de los que andaba conmigo en esta travesía. No sé bien si él estaba más ubicado, pero tenía la misma cara de preocupación que yo.

La noche por lo general tiene consigo cierto misterio, algo que la hace ser más intrigante que el día. El no poder ver más allá de cinco metro con claridad te hace ser más susceptible a cualquier peligro, todo te puede estar acechando y más aún en un lugar que no se conoce.

En cuanto terminó mi amigo de decir la frase, capté de inmediato que no teníamos donde pasar la noche. Me preocupé y me sentí completamente desprotegido, primera vez en mi vida que no tenía un lugar seguro donde dormir, estábamos solos, esperando que cualquiera de los dos diera alguna solución a nuestra desesperante realidad.

De pronto en un golpe de lucidez, de esos que solo aparecen en los casos más extremos, pero cuando uno los piensa después, fría y calculadamente, pueden parecer las cosas más obvias del mundo. Me propuse caminar sin un destino fijo, y caminé. Pasé casas y cerros llenos de animales, una rústica iglesia de madera que junto a ella tenía un pequeño cementerio. Más allá no había nada, sólo oscuridad y bosques.

En la desesperación armamos la carpa ahí, al lado del cementerio, para que así éste nos iluminara con las velitas de las tumbas. No pasaba nadie a esa hora y el silencio era de esos que llegaban a doler los oídos.

Una vez armada la carpa y ya adentro, comenzamos a abrir los sacos para prepararnos a dormir, parecía que nuestro suplicio de estar en la intemperie ya había terminado. Pero de pronto comenzamos a sentir pasos, pisadas que bien podrían ser de algún animal o alguna persona. Miré a mi amigo y me dijo entre susurros, escuchaste. Yo por tratar de hacerme el valiente, y generalmente cuando me hago el valiente, es cuando más miedo tengo. Le respondí que se quedara tranquilo, que probablemente era el viento que estaba golpeando en algo.

Esa respuesta no había sonado de lo más convencedor y las manos ya me empezaban a sudar helado. Las pisadas se acercaban cada vez más y mientras más fuerte sonaban, mi respiración se hacía un poco más rápida. En esos momentos, se me pasaron por la cabeza todas las comodidades de mi casa, la seguridad de un techo y la confianza que me entregan mis padres de que todo está funcionando de lo mejor y que no hay nada de que preocuparse. Aquí no existía más que el recuerdo y la distancia, de que allá a muchas horas de Chacao, todo funcionaba perfectamente. Todo estaba más seguro en mi pieza, en mi cama, en aquella maldita monotonía de la cual me estaba escapando. Creo que me maldije y me reproché un millón de veces en solo una fracción de segundo. Cuando uno tiene miedo los minutos se transforman mágicamente en horas y es uno de los suplicios mentales más grandes que podemos tener los seres humanos.

Los ruidos seguían y mi compañero ya me estaba pegando en el brazo para que hiciera algo. Sin hacer ningún movimiento brusco comencé a tantear con la mano temblorosa el suelo para encontrar la linterna. El ruido de ella, al haberla encontrado, gatilló que los dos rápidamente nos levantáramos. Una vez de pie, iluminé el exterior por las ventanas de la carpa. No había nada.

Pasó un rato y siguieron los ruidos, tratamos de darle alguna explicación lógica, como la de que el viento estaba golpeando algo. Esa respuesta en cada silencio se hacía creíble, para así poder consolarnos, pero al más leve ruido perdía toda su validez. Ninguno de los dos quería salir de la carpa, nos aguantábamos las ganas de ir a hacer nuestras necesidades por el miedo a encontrarnos frente a frente con la cosa que estaba afuera.

Los ruidos continuaron toda la noche y ninguno de los dos pudo cerrar un ojo. De vez en cuando nos levantábamos a iluminar el vacío del bosque o la lúgubre soledad del cementerio. Por más que intentáramos sorprender a lo que estaba afuera, en cuanto la luz se prendía, todo quedaba en completo orden. Iluminamos toda la noche, con el miedo de que algo apareciera, pero a la vez con la tranquilidad de que no había nada que pudiera dejarnos con un trauma por el resto de nuestras vidas. Rogamos para que las pilas de la linterna no se acabaran, la dejamos prendida toda la noche. Los ruidos con eso no cesaron, alumbramos la oscuridad, pero nada apareció o se movió.

Y así fue el panorama de esa noche, este verano mochileando en Chacao. La noche donde pasé más miedo en toda mi vida.