23 febrero 2007

Radar
Estaba perdido, corría por los pasillos desesperado, gritaba angustiado “mamá, mamá”. Sus chalitas sonaban rápidas y de pasos cortos. Él sólo veía piernas, no tenía la altura suficiente para asomarse entre las cabezas de la gente, desaparecía entre las grandes planchas de madera y los fierros y las cosas de la ferretería. Sólo se escuchaba su delgada voz diciendo “mamá, mamá”.

No había respuesta.

La música ambiente no paraba de sonar, no se bajaba en ningún minuto para que alguna madre exasperada llamara a su hijo por el alto parlante. Todo seguía como si nada.

Ahora el llamado se transformaba en llanto, el lugar se le hizo un mundo desconocido, alienado. Decidió no moverse más y que sus gritos fueran escuchados por alguien.

No había respuesta.

Los vendedores no atinaron a nada, la gente con sus hijos chicos tampoco, nadie se puso en la situación de él. Las madres tomaban de las manos a sus niños, él sólo lloraba.

Se acurrucó entre unas alfombras, sollozando, mirando sus pequeños pies sucios. Se dio cuenta que estaba solo, que su mamá no llegaría, tenía ganas de abrazarla, pero se tenía que conformar con abrazar sus piernas. A ratos volvía a gritar “mamá, mamá. Cada vez su voz era más débil, se esfumaba con la música y los ruidos de las personas.

Se levantó de su lugar y, como las alfombras estaban en altura, eran muchas, pudo ver sobre las cabezas de la gente. Gritó otra vez “mamá, mamá”.

Un guardia de seguridad lo vio, lo tomó de la mano y lo llevó a informaciones. La mujer que atendía le preguntó su nombre, el dijo Damián. Le preguntó el nombre de su mamá, el contestó que se llamaba Mamá.

La música se apagó y llamaron por alto parlante a su mamá por el nombre del hijo.

No había respuesta.

Llegaron carabineros y el niño seguía solo. Yo terminaba de pagar en la caja unas cortinas y el seguía mirando a todos como extraños. Una señora le regaló un helado, el lo aceptó, pero no lo lengüeteaba, se derretía entre sus dedos, el agua le manchaba la polera y sus pies.

Nadie lo miró, llegaba más y más gente del personal del lugar que le hacía preguntas, él volvía a llorar.

Era tarde, estaban cerrando el Homecenter y ninguna madre se había devuelto a buscarlo en las cosas perdidas, nadie sintió su ausencia. Los gritos fueron en vano, nunca hubieron respuestas, solo estaba perdido.

07 febrero 2007

Tercera y media parte



-El carné cabritos, aquí no pasan pendejos. Habló el Gorila.



-Calmao flaco, si no somos cabros chicos. Respondió el Negro, buscando en su billetera la tarjetita que lo dejaría pasar. –Puta no la encuentro- Agregó.



-Cagaron los huevones, así no pasan.



-¿Y sí te muestro el pase de la Universidad? Respondió el Negro.



-No, carnet o nada.



-¿Y si te muestro este otro? Le dijo el Flaco, golpeándole el hombro en señal de broma.

Luego, pescó su carné y se lo refregó en la cara, el guardia se molestó bastante, frunció aun más el seño y lo empujó.



-Ya pendejos, se la buscaron.



El gorila tomó la mano del Flaco y le hizo una llave que lo dejó todo doblado en el piso.

Gritaba como desesperado.



-¡Suéltame conchetumadre! ¡Ayudame po Negro culiao! Gritaba.



El Negro se le tiró encima y le pegó pleno combo en la nariz. El guardia ni se inmutó, con la otra mano le pegó un codazo en el estomago. El Negro quedó sin respiración en el piso.



Poco a poco la gente se iba reuniendo alrededor para presenciar como la mole vencía a mis dos amigos. Yo me largué a correr, a veces pienso que soy bien maricón para estas situaciones, mientras corría se me vino a la mente lo que pensé en el mirador “El marqués de Santiago”. Respiré profundo y corrí devuelta. Tenía que salvar a mis amigos.



Mientras iba corriendo, por esas casualidades de la vida, encontré un fierro botado en un paradero de micro, lo tomé y partí a la entrada del Andrógenos. Por cada paso que daba me sentía más héroe, como si esta noche estuviera destinado a salvar el mundo. Las pisadas eran seguras, aunque me tambaleaba un poco por las piscolas de la botella. En mi mente sonaba una canción casi como de película. Era Queen. Flash - Ah - Saviour of the universe / Flash - Ah - He'll save ev'ry one of us.



Mi cuerpo se sentía con súper poderes, como si el fierro que tenía en mi mano era el martillo de Thor o la espada Escalibur. Mientras me acercaba, podía ver como mis amigos resistían los golpes y como ellos lanzaban unos pocos al aire. Quería matar al físico culturista.



Me hice paso entre la gente. El guardia no se percató de mi presencia, estaba arrodillado pegándoles.

-Oye gorila culiao! Le grité.



Miró hacía arriba y le di un fierrazo en plena mandíbula, el golpe se sintió por toda Plaza Italia. La gente que estaba alrededor abrieron los ojos y lo único que dijeron a coro fue: Uuuh. El tipo cayó al suelo, de su boca salía sangre con unas pepitas blancas. Seguramente le quebré unos cuantos dientes.



El Negro y el Flaco se pararon y me miraron con una sonrisa, su cara parecía un puré de tomate, estaban rojos e hinchados. La gente de apoco se dispersaba y los más jóvenes aplaudían nuestra proeza. En el alboroto el guardia se paró.



-Cagaste mierda. Dijo.



Me pegó un combo en toda la cara. Sangré de nariz. Caí al suelo. El fierro voló por los aires. En el momento que se iba a abalanzar a darme con todo el arsenal de fuerza que tenía en su cuerpo. El Negro con el Flaco habían armado su propio ejército juvenil. Seis tipos lo agarraron por los brazos, mientras el Negro le pegaban combos en el estomago. Me trataba de parar del suelo, los golpes me habían dejado más mareado. Se me fueron todos los aires de grandeza, con un solo golpe, me asusté un poco.



El gorila sacó toda la fuerza de su cuerpo, parecía Hulk. Los seis tipos que estaban afirmándolo, volaron por los aires como piezas de palitroque. Iba nuevamente a mí. La sangre de mi nariz ahora chorreaba por mi boca, estaba caliente y tenía gusto a fierro.



Cuando iba a recibir el segundo combo, el Flaco le pegó con un bate de béisbol que le había pasado un punky que estaba por ahí. Gorila a piso, el bate se quebró y la madera estaba toda astillada. Del suelo no se paró más.



- ¡Para que aprendas que con nosotros no se mete nadie! Le gritó el Flaco. Acto seguido, le tiró un escupo lleno de sangre.



-Sí gorila de mierda, somos invencibles. El trío maravilla. Agregó el Negro. Luego, le pegó un par de patadas



– Y no hubiésemos podido hacerlo sin ustedes. A ustedes juventud, llenas de energía y fuerza. ¡El futuro de Chile está en las calles, carreteando y pasándola bien y no dejaremos que nadie nos impida cumplir nuestros objetivos! Agregó en un seudo discurso político.



Los jóvenes sonreían y algunos se decían al oído “pobre curao, quedó hecho mierda”, otros se pusieron a aplaudir y a chiflar. Éramos los protagonistas de esta noche, digno para ser contado a nuestros nietos. Este hecho tenía que quedar escrito en la historia de la Plaza Italia, en el Andrógenos.