Patiperros
Ella bailaba. Él en las alturas disfrutaba del espectáculo. Ella lo miraba de reojo, él sabía que ella lo hacía, pero poco le importaba. Él no quería estar ahí, no disfrutaba de nada. Estaba cansado, se estaba encontrando, mientras más lejos de casa se hallaba, más feliz se sentía, se perdía y no echaba tanto de menos lo que el resto añoraba, la comodidad. Pensó quedarse ahí, cruzar la frontera, seguir viajando, llegar a Argentina y buscar una manera de irse moviendo con poca plata, pero sin mirar atrás, siempre avanzando y una que otra postal en el camino para sus padres. Nadie lo entendía, se sentía solo en sus sueños. Tan solo miraba.
El folklore seguía y la niña que lo miraba sonreía. No se conocían y él no pretendía intentar hacerlo en un principio. Abajo salía olor a mariscos. Se acordó que no había desayunado y que lo último que había comido decentemente había sido una sopa para uno la noche anterior. Sin embargo, se había devorado un completo y tomado una cerveza con su mejor amigo cuando llegaron a Ancud por la mañana, mientras esperaban a los tres compañeros que faltaban. Eso no lo podía saber el resto, pero poco importaba, aún no llegaban.
De pronto algo cambió el esquema, alboroto, guitarras sonando, gritos y chuchás a medio mundo. Se dio vuelta y uno de ellos lo abrazó fuerte, como si no se hubiesen visto hace mucho tiempo. En realidad, se habían separado temprano por la mañana y después de eso, el rato que pasaban en grupo o en parejas haciendo dedo, era un condensado de aventuras para la hora de almuerzo, o la once, o la ocasión que fuera. Era lo único que los hacía diferentes en el día. El rato que hacían dedo era el momento para pensar, para encontrarse, para conversar con la gente que pasaba, con los chóferes que te llevaban, o saber un poco más de tu amigo, que a esas alturas ya se hacían hermanos.
Comenzaron las peleas. Unos querían quedarse un día, otros querían seguir. Él ya se había desconcentrado, ya no la miraba a ella. Quedarse o seguir, le daba igual. Decidieron recorrer el mercado, si había algo interesante, se quedaban un rato más, si no valía la pena, se iban el mismo día.
Él se dio un par de vueltas por la feria artesanal del segundo piso, miraba a los pobres scouts como gastaban su plata en tonteras. Detestaba a los scouts, sentía que hacía lo mismo que ellos, pero con más libertades. Se miró al espejo en uno de los stands, tocó su pelo y pensó que podría aguantar sin bañarse un par de días más. Tomó el olor de sus ropas y estaban pasadas a humo por la fogata del día anterior, a sudor y a mar. Se sentía un poco mendigo. La música sonaba nuevamente, se escuchaba algo más movido, fue a mirar.
Uno de los amigos le comentó que una de esas niñas que bailaba era compañera suya en el colegio. Él veía puras viejas y una que otra mujer un poco más joven, aparte de esa chica que lo miraba sin parar, que por cierto, ya encontraba linda y sentía que irradiaba luz, que se iluminaba en lo que hacía. Aunque a veces sentía que la sonrisa que proyectaba al público era un poco cínica. Él sin duda alguna, no esperaba que fuera ella, nunca le funcionaban las cosas a la primera, nunca nada le resultaba como lo pensaba. Pero no, su amigo la apuntó a ella, él se había equivocado, no le resultó como lo había pensado, pero esta vez era a su favor.
El baile terminaba y las niñas se disponían a partir. El amigo con el resto de la pandilla fueron a saludar. Pero él pensaba y velaba por el interés de todos, la locomoción y una noche gratis para los cinco, les venía de perillas en la fomedad de Chiloé. Se acercó, Marcela dijo, Sebastián respondió. Estaba ella pasada a laca y la cara llena de pintura, pero se veía bien. Sin mucho que decir, tiró toda la parrilla encima, fue directo. Nos puede llevar, fue la pregunta. El ándate a la mierda disimulado fue la respuesta, o sea, un no rotundo.
Después se alejó, andaba apurada. Luego la llamaron y él le dijo que era bonita. Los amigos lo molestaron, él estaba siendo sincero.
Marcela estuvo dándole vueltas un par de horas en la cabeza a Sebastián. A ratos se le olvidaba, pero los amigos al molestarlo, volvía la figura de ella bailando y sonriendo.
Él jamás pensó que la volvería a encontrar en Santiago, jamás pensó que volvería a amar, que perdería los miedos y se lanzaría al vacío nuevamente, como un salto en benji, lo único que tienes seguro es…nada. Un error puede costarte la vida, pero el no sabía que se lanzaría de nuevo. Las cosas aún no se conjugaban, el todavía no se encontraba y de ella…bueno, de ella él no sabía más que su nombre. Marcela.
Ella bailaba. Él en las alturas disfrutaba del espectáculo. Ella lo miraba de reojo, él sabía que ella lo hacía, pero poco le importaba. Él no quería estar ahí, no disfrutaba de nada. Estaba cansado, se estaba encontrando, mientras más lejos de casa se hallaba, más feliz se sentía, se perdía y no echaba tanto de menos lo que el resto añoraba, la comodidad. Pensó quedarse ahí, cruzar la frontera, seguir viajando, llegar a Argentina y buscar una manera de irse moviendo con poca plata, pero sin mirar atrás, siempre avanzando y una que otra postal en el camino para sus padres. Nadie lo entendía, se sentía solo en sus sueños. Tan solo miraba.
El folklore seguía y la niña que lo miraba sonreía. No se conocían y él no pretendía intentar hacerlo en un principio. Abajo salía olor a mariscos. Se acordó que no había desayunado y que lo último que había comido decentemente había sido una sopa para uno la noche anterior. Sin embargo, se había devorado un completo y tomado una cerveza con su mejor amigo cuando llegaron a Ancud por la mañana, mientras esperaban a los tres compañeros que faltaban. Eso no lo podía saber el resto, pero poco importaba, aún no llegaban.
De pronto algo cambió el esquema, alboroto, guitarras sonando, gritos y chuchás a medio mundo. Se dio vuelta y uno de ellos lo abrazó fuerte, como si no se hubiesen visto hace mucho tiempo. En realidad, se habían separado temprano por la mañana y después de eso, el rato que pasaban en grupo o en parejas haciendo dedo, era un condensado de aventuras para la hora de almuerzo, o la once, o la ocasión que fuera. Era lo único que los hacía diferentes en el día. El rato que hacían dedo era el momento para pensar, para encontrarse, para conversar con la gente que pasaba, con los chóferes que te llevaban, o saber un poco más de tu amigo, que a esas alturas ya se hacían hermanos.
Comenzaron las peleas. Unos querían quedarse un día, otros querían seguir. Él ya se había desconcentrado, ya no la miraba a ella. Quedarse o seguir, le daba igual. Decidieron recorrer el mercado, si había algo interesante, se quedaban un rato más, si no valía la pena, se iban el mismo día.
Él se dio un par de vueltas por la feria artesanal del segundo piso, miraba a los pobres scouts como gastaban su plata en tonteras. Detestaba a los scouts, sentía que hacía lo mismo que ellos, pero con más libertades. Se miró al espejo en uno de los stands, tocó su pelo y pensó que podría aguantar sin bañarse un par de días más. Tomó el olor de sus ropas y estaban pasadas a humo por la fogata del día anterior, a sudor y a mar. Se sentía un poco mendigo. La música sonaba nuevamente, se escuchaba algo más movido, fue a mirar.
Uno de los amigos le comentó que una de esas niñas que bailaba era compañera suya en el colegio. Él veía puras viejas y una que otra mujer un poco más joven, aparte de esa chica que lo miraba sin parar, que por cierto, ya encontraba linda y sentía que irradiaba luz, que se iluminaba en lo que hacía. Aunque a veces sentía que la sonrisa que proyectaba al público era un poco cínica. Él sin duda alguna, no esperaba que fuera ella, nunca le funcionaban las cosas a la primera, nunca nada le resultaba como lo pensaba. Pero no, su amigo la apuntó a ella, él se había equivocado, no le resultó como lo había pensado, pero esta vez era a su favor.
El baile terminaba y las niñas se disponían a partir. El amigo con el resto de la pandilla fueron a saludar. Pero él pensaba y velaba por el interés de todos, la locomoción y una noche gratis para los cinco, les venía de perillas en la fomedad de Chiloé. Se acercó, Marcela dijo, Sebastián respondió. Estaba ella pasada a laca y la cara llena de pintura, pero se veía bien. Sin mucho que decir, tiró toda la parrilla encima, fue directo. Nos puede llevar, fue la pregunta. El ándate a la mierda disimulado fue la respuesta, o sea, un no rotundo.
Después se alejó, andaba apurada. Luego la llamaron y él le dijo que era bonita. Los amigos lo molestaron, él estaba siendo sincero.
Marcela estuvo dándole vueltas un par de horas en la cabeza a Sebastián. A ratos se le olvidaba, pero los amigos al molestarlo, volvía la figura de ella bailando y sonriendo.
Él jamás pensó que la volvería a encontrar en Santiago, jamás pensó que volvería a amar, que perdería los miedos y se lanzaría al vacío nuevamente, como un salto en benji, lo único que tienes seguro es…nada. Un error puede costarte la vida, pero el no sabía que se lanzaría de nuevo. Las cosas aún no se conjugaban, el todavía no se encontraba y de ella…bueno, de ella él no sabía más que su nombre. Marcela.
1 comentario:
me puso a llorar...
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