Interpretar un instrumento es como tocar a una mujer, hay que hacerlo lento, con cuidado y precisando hasta el mas mínimo detalle. Se necesita dedicación y, sobre todo, para conocer el elemento que se está tocando; ya sea un bajo, un saxo, una guitarra o una batería, se necesita, al igual que para tratar a una bella dama, mucho amor y por sobre todas las cosas del mundo, paciencia.
Hace no mucho tiempo, conversando con un amigo, le pregunté cómo había aprendido a tocar la armónica. Él, sin estudios musicales formales, me respondió: descubrí ese sonido mágico cuando me di cuenta que era como besar a una mujer, ahí entendí cual era la verdadera ciencia del instrumento.
La música es pasión, sentimiento, amor. La música es elitista y caprichosa, no permite sonidos apurados o descoordinados, si se va a tocar tiene que ser como si fuera la última vez, frente a Dios en el juicio final. Al interpretar se tiene que mostrar todo el tiempo que se estuvo ensayando, la tristeza o la alegría del momento, recordar el pasado, ser actor frente a un público, hay que cautivar los corazones.
Si hay algo que ni la política, las guerras y las revoluciones pueden hacer, es traspasar y romper la barrera de los estratos sociales, la música sí. Ludwig Van Beethoven, fue el músico más rupturista de su época, implementó la voz humana en una sinfonía y consiguió dar el gran paso a la siguiente etapa, de dejar atrás las estructuras y reglas del clasicismo para pasar al romanticismo, esto provocó que su música fuera criticada por todos. Fue él quien sacó la música clásica de los grandes salones, de la aristocracia y la llevó a un plano popular. En otras palabras Beethoven fue, como lo que hoy podría serla Cumbia, que se baila en una población o en una reunión de alta sociedad.
La música cautiva hasta los más cerrados, uno de los últimos conciertos de Beethoven en el teatro de Viena, parado dirigiendo a la orquesta hace una señal para que entre un coro gigantesco, la 9 sinfonía se daba a conocer en público. Terminada la canción el músico voltea y ve que nadie aplaude. Él con una sordera casi total, se disgusta porque cree que la composición no fue de gusto popular. Desde ese día, una vez al año, se toca la novena sinfonía en el teatro de Viena y el público tiene prohibido aplaudir y esto se hace porque el acto de un aplauso es para incentivar a los que están comenzando, para alentar a los músicos, pero Beethoven aquel día no recibió aclamación pues había llegado a lo más alto y aplaudir sería una ofensa para un genio, para alguien que no comprendió lo que pasaba, pero que sí sabía tocar, amar, sufrir y llorar interpretando su instrumento y haciendo lo que mejor podía hacer, su música.
18 junio 2009
El amor por tocar
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