Un día de estos voy a saltar a la línea del metro. Es cosa de atreverse, no escuchar la música incidental que ponen y aunque mucha gente no sabe, tiene mensajes subliminales “no te tires, no te tires”. Supongo que debe decir.
Es cosa de seguir las voces de mi cabeza y hacerlo, no pensar mucho dicen algunos, pero no puedo. Al principio era una vocecilla que me hablaba constantemente, la mía. Ahora no es una, sino que son miles. Me dicen que haga cosas, tonteras “toca guitarra, hace esto, estudia, ven a verme, mal amigo, podrías ser así o asá”. La verdad es que a ratos puedo reconocer algunas voces, después son tantas que se vuelven difusas. Porfavor que se callen ¡que se callen! A ratos quiero desenchufarme, dejar de hacer mí día a día una monotonía, yo creo que por eso decidí estudiar periodismo, para no sentarme en un escritorio y ver como pasan los días y me voy poniendo gordo y que el pelo se me fuera cayendo cada vez más. Ahora me gusta, pero porque se puede escribir, no por la calle. Maldito asalto, fucking asalto.
Es cosa de atreverse, me compraré un revolver y mataré a cualquier flayte que pille en la calle, sin discriminar.
Quiero dormir pero no puedo, se me dio vuelta el horario, una amiga dice que es stress, pero no creo que tenga eso. ¿Existirá?
Es cosa de atreverse, de hacer las cosas, pero no hay voluntad, no hay mucha voluntad.
Tengo que dejar de leer, dejar de escribir, dejar de pensar un rato, no quiero subirme a la máquina completamente, no quiero. A veces leo cosas que no debería, que me deprimen.
No quiero ser nadie, me frustraría no cumplir mis sueños y no ser nadie.
Ahí vienen de nuevo, las voces. Creerán que estoy loco, quizás sí, tal vez no. Hace tiempo que no escribía en mí, en Sebastián. Estoy pensando poco en mi y más en el resto, debo pescarme de ves en cuando, pero pasan tantas cosas que es imposible…
No quiero post que digan que te pasa o que se preocupen. Se me va a pasar, y si no, quiero unas vacaciones en tiempo completo. Me faltó el año sabático y el preu después del colegio, me faltó cruzar la frontera y perderme en Argentina y seguir subiendo por los países. Me falta ver y conocer. Quiero dejar de escribir ficción por más realidad. Quiero escribir una huevá decente, algo que me lean muchas personas. Muchísimas. Me falta un tema, algo que me haga hacerlo, me falta la voluntad, atreverme…
29 octubre 2006
27 octubre 2006
Mi alma ardía tanto como lo podía hacer el sol con la tierra. Era un infierno, sí, un infierno de esos que te hacen transpirar hasta los ojos. Me ardían. Calor sofocante. Costaba respirar, tanto como mirar, me ardía todo. Sentía que me quemaba, era el sol, estoy seguro.
Saltamos la pandereta, no sabía qué casas eran, pero estaban nuevas. Recién entregadas, dispuestas a que pequeñas familias burguesas las anidaran. ¡Era perfecto! Un par de movimientos, un salto y otro y listo.
Martín fue primero. Él siempre llevaba la batuta en todo, no sé por qué, pero siempre lo hacía. Mandaba a todos, como si se creyera el dueño de la pandilla.
Rompimos el vidrio, no había nadie, pero estaba toda la casa amoblada. “El televisor primero y los equipos caros” comentó el Rana. Yo tomé un compact disc del comedor. “No seai huevón culiao, esas huevás no sirven” gritó el Corneta.
Corneta era amigo del Rana, se conocieron en la población cuando eran chicos. Jugaban a la pelota juntos, ahí se hicieron amigos inseparables. Amigos desde carretes hasta atracos en pequeños locales. El Rana y el Corneta eran inseparables.
“Conchetumadre, los pacos…Corran los huevones” Gritó uno de los del grupo.
Balazos.
El Rana con el Corneta sacaron los revólveres y el resto con puras hechizas.
Balacera en mala.
Pesqué un bolso y salí corriendo “que se maten los culiaos” pensé. Dentro llevaba unos pendrives, el notebook y un par de relojes y chuchearías.
Salgo por el patio, el Corneta corre detrás de mí. ¡Paf! Balazo. Corneta cae y lo miro, sangraba como condenado “Ayúdame conchetumadre” sollozaba. “Ahora sí que quedaste corneta feo culiao” respondí.
Tomé su revolver y salte la pandereta. Combo en pleno hocico. Los pacos. Conchetumadre, cagué. Mala onda…
Saltamos la pandereta, no sabía qué casas eran, pero estaban nuevas. Recién entregadas, dispuestas a que pequeñas familias burguesas las anidaran. ¡Era perfecto! Un par de movimientos, un salto y otro y listo.
Martín fue primero. Él siempre llevaba la batuta en todo, no sé por qué, pero siempre lo hacía. Mandaba a todos, como si se creyera el dueño de la pandilla.
Rompimos el vidrio, no había nadie, pero estaba toda la casa amoblada. “El televisor primero y los equipos caros” comentó el Rana. Yo tomé un compact disc del comedor. “No seai huevón culiao, esas huevás no sirven” gritó el Corneta.
Corneta era amigo del Rana, se conocieron en la población cuando eran chicos. Jugaban a la pelota juntos, ahí se hicieron amigos inseparables. Amigos desde carretes hasta atracos en pequeños locales. El Rana y el Corneta eran inseparables.
“Conchetumadre, los pacos…Corran los huevones” Gritó uno de los del grupo.
Balazos.
El Rana con el Corneta sacaron los revólveres y el resto con puras hechizas.
Balacera en mala.
Pesqué un bolso y salí corriendo “que se maten los culiaos” pensé. Dentro llevaba unos pendrives, el notebook y un par de relojes y chuchearías.
Salgo por el patio, el Corneta corre detrás de mí. ¡Paf! Balazo. Corneta cae y lo miro, sangraba como condenado “Ayúdame conchetumadre” sollozaba. “Ahora sí que quedaste corneta feo culiao” respondí.
Tomé su revolver y salte la pandereta. Combo en pleno hocico. Los pacos. Conchetumadre, cagué. Mala onda…
23 octubre 2006
Patiperros
Ella bailaba. Él en las alturas disfrutaba del espectáculo. Ella lo miraba de reojo, él sabía que ella lo hacía, pero poco le importaba. Él no quería estar ahí, no disfrutaba de nada. Estaba cansado, se estaba encontrando, mientras más lejos de casa se hallaba, más feliz se sentía, se perdía y no echaba tanto de menos lo que el resto añoraba, la comodidad. Pensó quedarse ahí, cruzar la frontera, seguir viajando, llegar a Argentina y buscar una manera de irse moviendo con poca plata, pero sin mirar atrás, siempre avanzando y una que otra postal en el camino para sus padres. Nadie lo entendía, se sentía solo en sus sueños. Tan solo miraba.
El folklore seguía y la niña que lo miraba sonreía. No se conocían y él no pretendía intentar hacerlo en un principio. Abajo salía olor a mariscos. Se acordó que no había desayunado y que lo último que había comido decentemente había sido una sopa para uno la noche anterior. Sin embargo, se había devorado un completo y tomado una cerveza con su mejor amigo cuando llegaron a Ancud por la mañana, mientras esperaban a los tres compañeros que faltaban. Eso no lo podía saber el resto, pero poco importaba, aún no llegaban.
De pronto algo cambió el esquema, alboroto, guitarras sonando, gritos y chuchás a medio mundo. Se dio vuelta y uno de ellos lo abrazó fuerte, como si no se hubiesen visto hace mucho tiempo. En realidad, se habían separado temprano por la mañana y después de eso, el rato que pasaban en grupo o en parejas haciendo dedo, era un condensado de aventuras para la hora de almuerzo, o la once, o la ocasión que fuera. Era lo único que los hacía diferentes en el día. El rato que hacían dedo era el momento para pensar, para encontrarse, para conversar con la gente que pasaba, con los chóferes que te llevaban, o saber un poco más de tu amigo, que a esas alturas ya se hacían hermanos.
Comenzaron las peleas. Unos querían quedarse un día, otros querían seguir. Él ya se había desconcentrado, ya no la miraba a ella. Quedarse o seguir, le daba igual. Decidieron recorrer el mercado, si había algo interesante, se quedaban un rato más, si no valía la pena, se iban el mismo día.
Él se dio un par de vueltas por la feria artesanal del segundo piso, miraba a los pobres scouts como gastaban su plata en tonteras. Detestaba a los scouts, sentía que hacía lo mismo que ellos, pero con más libertades. Se miró al espejo en uno de los stands, tocó su pelo y pensó que podría aguantar sin bañarse un par de días más. Tomó el olor de sus ropas y estaban pasadas a humo por la fogata del día anterior, a sudor y a mar. Se sentía un poco mendigo. La música sonaba nuevamente, se escuchaba algo más movido, fue a mirar.
Uno de los amigos le comentó que una de esas niñas que bailaba era compañera suya en el colegio. Él veía puras viejas y una que otra mujer un poco más joven, aparte de esa chica que lo miraba sin parar, que por cierto, ya encontraba linda y sentía que irradiaba luz, que se iluminaba en lo que hacía. Aunque a veces sentía que la sonrisa que proyectaba al público era un poco cínica. Él sin duda alguna, no esperaba que fuera ella, nunca le funcionaban las cosas a la primera, nunca nada le resultaba como lo pensaba. Pero no, su amigo la apuntó a ella, él se había equivocado, no le resultó como lo había pensado, pero esta vez era a su favor.
El baile terminaba y las niñas se disponían a partir. El amigo con el resto de la pandilla fueron a saludar. Pero él pensaba y velaba por el interés de todos, la locomoción y una noche gratis para los cinco, les venía de perillas en la fomedad de Chiloé. Se acercó, Marcela dijo, Sebastián respondió. Estaba ella pasada a laca y la cara llena de pintura, pero se veía bien. Sin mucho que decir, tiró toda la parrilla encima, fue directo. Nos puede llevar, fue la pregunta. El ándate a la mierda disimulado fue la respuesta, o sea, un no rotundo.
Después se alejó, andaba apurada. Luego la llamaron y él le dijo que era bonita. Los amigos lo molestaron, él estaba siendo sincero.
Marcela estuvo dándole vueltas un par de horas en la cabeza a Sebastián. A ratos se le olvidaba, pero los amigos al molestarlo, volvía la figura de ella bailando y sonriendo.
Él jamás pensó que la volvería a encontrar en Santiago, jamás pensó que volvería a amar, que perdería los miedos y se lanzaría al vacío nuevamente, como un salto en benji, lo único que tienes seguro es…nada. Un error puede costarte la vida, pero el no sabía que se lanzaría de nuevo. Las cosas aún no se conjugaban, el todavía no se encontraba y de ella…bueno, de ella él no sabía más que su nombre. Marcela.
Ella bailaba. Él en las alturas disfrutaba del espectáculo. Ella lo miraba de reojo, él sabía que ella lo hacía, pero poco le importaba. Él no quería estar ahí, no disfrutaba de nada. Estaba cansado, se estaba encontrando, mientras más lejos de casa se hallaba, más feliz se sentía, se perdía y no echaba tanto de menos lo que el resto añoraba, la comodidad. Pensó quedarse ahí, cruzar la frontera, seguir viajando, llegar a Argentina y buscar una manera de irse moviendo con poca plata, pero sin mirar atrás, siempre avanzando y una que otra postal en el camino para sus padres. Nadie lo entendía, se sentía solo en sus sueños. Tan solo miraba.
El folklore seguía y la niña que lo miraba sonreía. No se conocían y él no pretendía intentar hacerlo en un principio. Abajo salía olor a mariscos. Se acordó que no había desayunado y que lo último que había comido decentemente había sido una sopa para uno la noche anterior. Sin embargo, se había devorado un completo y tomado una cerveza con su mejor amigo cuando llegaron a Ancud por la mañana, mientras esperaban a los tres compañeros que faltaban. Eso no lo podía saber el resto, pero poco importaba, aún no llegaban.
De pronto algo cambió el esquema, alboroto, guitarras sonando, gritos y chuchás a medio mundo. Se dio vuelta y uno de ellos lo abrazó fuerte, como si no se hubiesen visto hace mucho tiempo. En realidad, se habían separado temprano por la mañana y después de eso, el rato que pasaban en grupo o en parejas haciendo dedo, era un condensado de aventuras para la hora de almuerzo, o la once, o la ocasión que fuera. Era lo único que los hacía diferentes en el día. El rato que hacían dedo era el momento para pensar, para encontrarse, para conversar con la gente que pasaba, con los chóferes que te llevaban, o saber un poco más de tu amigo, que a esas alturas ya se hacían hermanos.
Comenzaron las peleas. Unos querían quedarse un día, otros querían seguir. Él ya se había desconcentrado, ya no la miraba a ella. Quedarse o seguir, le daba igual. Decidieron recorrer el mercado, si había algo interesante, se quedaban un rato más, si no valía la pena, se iban el mismo día.
Él se dio un par de vueltas por la feria artesanal del segundo piso, miraba a los pobres scouts como gastaban su plata en tonteras. Detestaba a los scouts, sentía que hacía lo mismo que ellos, pero con más libertades. Se miró al espejo en uno de los stands, tocó su pelo y pensó que podría aguantar sin bañarse un par de días más. Tomó el olor de sus ropas y estaban pasadas a humo por la fogata del día anterior, a sudor y a mar. Se sentía un poco mendigo. La música sonaba nuevamente, se escuchaba algo más movido, fue a mirar.
Uno de los amigos le comentó que una de esas niñas que bailaba era compañera suya en el colegio. Él veía puras viejas y una que otra mujer un poco más joven, aparte de esa chica que lo miraba sin parar, que por cierto, ya encontraba linda y sentía que irradiaba luz, que se iluminaba en lo que hacía. Aunque a veces sentía que la sonrisa que proyectaba al público era un poco cínica. Él sin duda alguna, no esperaba que fuera ella, nunca le funcionaban las cosas a la primera, nunca nada le resultaba como lo pensaba. Pero no, su amigo la apuntó a ella, él se había equivocado, no le resultó como lo había pensado, pero esta vez era a su favor.
El baile terminaba y las niñas se disponían a partir. El amigo con el resto de la pandilla fueron a saludar. Pero él pensaba y velaba por el interés de todos, la locomoción y una noche gratis para los cinco, les venía de perillas en la fomedad de Chiloé. Se acercó, Marcela dijo, Sebastián respondió. Estaba ella pasada a laca y la cara llena de pintura, pero se veía bien. Sin mucho que decir, tiró toda la parrilla encima, fue directo. Nos puede llevar, fue la pregunta. El ándate a la mierda disimulado fue la respuesta, o sea, un no rotundo.
Después se alejó, andaba apurada. Luego la llamaron y él le dijo que era bonita. Los amigos lo molestaron, él estaba siendo sincero.
Marcela estuvo dándole vueltas un par de horas en la cabeza a Sebastián. A ratos se le olvidaba, pero los amigos al molestarlo, volvía la figura de ella bailando y sonriendo.
Él jamás pensó que la volvería a encontrar en Santiago, jamás pensó que volvería a amar, que perdería los miedos y se lanzaría al vacío nuevamente, como un salto en benji, lo único que tienes seguro es…nada. Un error puede costarte la vida, pero el no sabía que se lanzaría de nuevo. Las cosas aún no se conjugaban, el todavía no se encontraba y de ella…bueno, de ella él no sabía más que su nombre. Marcela.
19 octubre 2006
Todos Juntos
Subir al escenario es como hacer el amor. Al principio, estás lleno de adrenalina, hace algunas cosas de memoria y otras las improvisas – la mayoría se improvisan –. Haces lo que te corresponde, te ríes y lo pasas bien. Pero cuando terminas, quedas con gusto a poco, quieres volver a subirte y darlo todo de nuevo, como en un ring.
Si quiere ver a este humilde servidor, que le escribe líneas para entretenerlo, tocando con su banda de colegio – de cuando estaba ahí – llamada Kgliostro, pinche aquí.
Los que no me conocen, soy el chascon de la batería.
Kgliostro se componía de muchas personas, no quiero dejar a nadie afuera porque hubo mucha rotacion de musicos. en fin Aqui van los nombres
Guitarras: Máximo Quezada.
Nicolas Saez
Bajo: Pablo Lemus
Batería: Sebastián "Trooper" Fuentes.
Voces: Catalina Valenzuela
Eduardo Madrid
12 octubre 2006
Mira niñita
Sacamos la bolsa de mate del morral. Miramos el cielo como si hubiese sido la primera vez. El vaho de nuestra respiración se mezclaba con la brisa húmeda del mar, la tetera avisaba que el agua hervía. Nos confundíamos un poco con la noche, simples siluetas en la inmensidad del rededor.-Hay veces que las cosas simples parecen tan asombrosas.
- Hay veces que las cosas simples enredan un poco. Respondí
-¿Cómo es eso?
- Claro, la gente se complica dándole explicaciones a lo simple y se deprime. Yo me deprimo, por eso prefiero sólo mirar y no hablar mucho.
-Ya, está listo. Pásame tu taza.
De la casa había sacado el poncho viejo de mi papá. Estaba en el entretecho y ahora me picaba todo el cuerpo, seguramente estaba lleno de pulgas. Le saqué la pipa y el tabaco tostado del velador. Me costaba prenderlo, corría un viento tibio de verano, me gustaba estar ahí, en silencio.
- ¿Por qué te mueves tanto?
- Porque me pica el poncho, debe tener pulgas.
- Sácatelo entonces.
- Si me lo saco me da frío.
- Pero ya no te va a picar más. Respondió.
-Viste que las cosas simples se complican tratando de darles soluciones. Mejor me lo dejo así y no me da frío y no me resfrío.
-Yo creo que el complicado eres tú, perfectamente te puedes acercar más al fuego y se te pasa todo. Así de sencillo, sin tanto atado.
-Mejor escuchemos el silencio y disfruta la noche, no te des tantas vueltas en algo sin sentido. Respondí.
A lo lejos se escuchaban otras voces, cantaban algo de Sui Generis. La mayoría de las personas creen que estar en la playa es como ser hippie. Yo creo que eso tiene más que un par de canciones y un vino entremedio de las fogatas, hay que tener actitud. Conozco poca gente que ya de adultos siguen con el mismo estilo de vida. En isla Negra, mucha gente decidió seguir así, siguiendo otro estilo de vida, ajenos al tiempo, como que siguen un ritmo propio. La luz del día les indica que hacer. Trabajan de lo que sus manos hacen y prefieren estar lejos de la modernidad, odian Santiago, tanto como lo odio yo en estos momentos.
-¿Por qué no vamos con esas personas que están cantando?
- Porque me da lata, ¿no puedes disfrutar el momento? Respondí.
-Pero es que no me hablas. Además, tú mate se está enfriando.
- Pero aprovecha de pensar todas las cosas simples y dales una explicación, después me cuentas como te fue.
-Es que no quiero pensar, después me deprimo.
- A veces no te entiendo.
-A ratos yo tampoco. Respondió.
-Mejor cierra los ojos y escucha el viento, el silencio y tu respiración. Únete con la tierra, disfruta de la soledad de la noche.
Cerramos los ojos, luego todo se cayó. Las voces de los cantantes se dejaron de escuchar, el mate se enfrió y la tierra comenzó a tocar su música, fue tan agradable que nos dejamos llevar y de a poco, la inmensidad nos tragó.
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