07 marzo 2006

temporada de cambios, nuevas caras y acostumbrandose a otro estilo de vida.

Un capitulo de mi vida.


Me acuerdo que eran aproximadamente las seis de la tarde y el sol no pensaba bajar ni siquiera un poco su intensidad. Me golpeaba fuerte y más aún con una mochila que pesaba cinco kilos menos que yo. Me odiaba por haber echado tanta ropa, solo había sacado tres poleras y un pantalón en todo el viaje y el resto estaba ahí, esperando ser usado en algún momento. El problema era simplemente que había llevado ropa como para un año entero en la sabana africana, pero en este caso mientras más liviano mejor.

A fin de cuentas el ambiente era bochornoso, como todas las primeras veces suelen serlo. Y esta, era igual de denigrante que todas las primeras veces anteriores.

Lo raro de todo esto es que me sentía feliz por la situación. No tenía horarios ni hora de llegada, era completamente libre. Tan solo mi mochila y yo.

La tarde pasó, entre largas horas de caminatas, sed, sudor y hambre. De a poco comenzaron a aparecer las primeras estrellas en el cielo. El primer indicio de que estaba llegando la noche. Con suerte sabía bien dónde estaba y esa desorientación traía consigo un cierto aire de desesperación, como cuando quieres buscar algo pero no sabes por donde empezar. Esto era lo mismo pero sin mapas, ni nombres de calles o ciudades. Me encontraba en la nada.

Parece que estamos en Chacao, dijo uno de los que andaba conmigo en esta travesía. No sé bien si él estaba más ubicado, pero tenía la misma cara de preocupación que yo.

La noche por lo general tiene consigo cierto misterio, algo que la hace ser más intrigante que el día. El no poder ver más allá de cinco metro con claridad te hace ser más susceptible a cualquier peligro, todo te puede estar acechando y más aún en un lugar que no se conoce.

En cuanto terminó mi amigo de decir la frase, capté de inmediato que no teníamos donde pasar la noche. Me preocupé y me sentí completamente desprotegido, primera vez en mi vida que no tenía un lugar seguro donde dormir, estábamos solos, esperando que cualquiera de los dos diera alguna solución a nuestra desesperante realidad.

De pronto en un golpe de lucidez, de esos que solo aparecen en los casos más extremos, pero cuando uno los piensa después, fría y calculadamente, pueden parecer las cosas más obvias del mundo. Me propuse caminar sin un destino fijo, y caminé. Pasé casas y cerros llenos de animales, una rústica iglesia de madera que junto a ella tenía un pequeño cementerio. Más allá no había nada, sólo oscuridad y bosques.

En la desesperación armamos la carpa ahí, al lado del cementerio, para que así éste nos iluminara con las velitas de las tumbas. No pasaba nadie a esa hora y el silencio era de esos que llegaban a doler los oídos.

Una vez armada la carpa y ya adentro, comenzamos a abrir los sacos para prepararnos a dormir, parecía que nuestro suplicio de estar en la intemperie ya había terminado. Pero de pronto comenzamos a sentir pasos, pisadas que bien podrían ser de algún animal o alguna persona. Miré a mi amigo y me dijo entre susurros, escuchaste. Yo por tratar de hacerme el valiente, y generalmente cuando me hago el valiente, es cuando más miedo tengo. Le respondí que se quedara tranquilo, que probablemente era el viento que estaba golpeando en algo.

Esa respuesta no había sonado de lo más convencedor y las manos ya me empezaban a sudar helado. Las pisadas se acercaban cada vez más y mientras más fuerte sonaban, mi respiración se hacía un poco más rápida. En esos momentos, se me pasaron por la cabeza todas las comodidades de mi casa, la seguridad de un techo y la confianza que me entregan mis padres de que todo está funcionando de lo mejor y que no hay nada de que preocuparse. Aquí no existía más que el recuerdo y la distancia, de que allá a muchas horas de Chacao, todo funcionaba perfectamente. Todo estaba más seguro en mi pieza, en mi cama, en aquella maldita monotonía de la cual me estaba escapando. Creo que me maldije y me reproché un millón de veces en solo una fracción de segundo. Cuando uno tiene miedo los minutos se transforman mágicamente en horas y es uno de los suplicios mentales más grandes que podemos tener los seres humanos.

Los ruidos seguían y mi compañero ya me estaba pegando en el brazo para que hiciera algo. Sin hacer ningún movimiento brusco comencé a tantear con la mano temblorosa el suelo para encontrar la linterna. El ruido de ella, al haberla encontrado, gatilló que los dos rápidamente nos levantáramos. Una vez de pie, iluminé el exterior por las ventanas de la carpa. No había nada.

Pasó un rato y siguieron los ruidos, tratamos de darle alguna explicación lógica, como la de que el viento estaba golpeando algo. Esa respuesta en cada silencio se hacía creíble, para así poder consolarnos, pero al más leve ruido perdía toda su validez. Ninguno de los dos quería salir de la carpa, nos aguantábamos las ganas de ir a hacer nuestras necesidades por el miedo a encontrarnos frente a frente con la cosa que estaba afuera.

Los ruidos continuaron toda la noche y ninguno de los dos pudo cerrar un ojo. De vez en cuando nos levantábamos a iluminar el vacío del bosque o la lúgubre soledad del cementerio. Por más que intentáramos sorprender a lo que estaba afuera, en cuanto la luz se prendía, todo quedaba en completo orden. Iluminamos toda la noche, con el miedo de que algo apareciera, pero a la vez con la tranquilidad de que no había nada que pudiera dejarnos con un trauma por el resto de nuestras vidas. Rogamos para que las pilas de la linterna no se acabaran, la dejamos prendida toda la noche. Los ruidos con eso no cesaron, alumbramos la oscuridad, pero nada apareció o se movió.

Y así fue el panorama de esa noche, este verano mochileando en Chacao. La noche donde pasé más miedo en toda mi vida.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

uta que bien... yo conozco el lugar y es espectacular...

tu escritura es tan agil, quedo ansiosa de seguir leyendo...
*PI*

Tomás dijo...

Uf, me obligaste a leer hasta el final, eso es bueno, ja, el temor.

Cuidado con decir frases obvias o muy recurrentes como eso de los segundos, cómo se alargan ante el miedo.

Tienes buen material, chico.
Un abrazo...ø