Una salpicada de cerveza habría sido el causante que dos menores protagonizaran una riña en la comuna de Lo Prado. Una fiesta para juntar fondos para la Gala de fin de año del cuarto medio E del Insuco II y que terminó con Eric Salazar internado grave en el Hospital San Juan de Dios.
Por Sebastián Fuentes
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Kevin está sentado con las manos esposadas. Mira el suelo y no dice nada. La abogada que lo defiende, Carla Barrientos, le comenta al oído que fue casualidad, que no tuvo intensiones de disparar. El menor de 16 años asiente con la cabeza y sigue mirando el suelo, quitándole la mirada al juez en el centro de justicia de Santiago. A su espalda, sentada casi al final de la sala, está su mamá. Está nerviosa y mueve los dedos como si tuviera un rosario imaginario entre sus manos.
-¿Usted ya está cumpliendo una reclusión nocturna por un delito anterior, verdad?- pregunta el juez.
Kevin asiente con la cabeza, sigue sin mirar a nadie. Su respuesta está en el silencio.
-¿A usted le comieron la lengua los ratones? Responda por favor.
-Sí, fue con mis hermanos más grandes, pero eso fue el año pasado –Se escucha por primera vez la voz de Kevin.
-Bueno, considerando las agravantes que tiene este delito, más la condición en la que se encuentra no me queda más remedio que dejarlo bajo internación provisoria por 45 días en el Sename y su delito es por homicidio frustrado. Si el menor que está hospitalizado fallece será usted formalizado por homicidio. ¿Entiende de lo que hablo y por qué se le acusa?
Kevin vuelve a asentir con la cabeza, espera unos segundos como si tratara de procesar todo lo que le han dicho, como si estuviera recordando la noche anterior cuando disparó la escopeta hechiza contra Eric Salazar en Lo Prado, contra un compañero de un curso más arriba, del Instituto Superior Comercial, más conocido como Insuco II.
–Sí, comprendo- responde.
Los alumnos del cuarto medio E organizaban una fiesta para recaudar fondos para su gala de fin de año. Como era habitual, decidían entre los recreos y en las clases en que el profesor faltaba a quien le correspondería pasar la casa para la fiesta. Además cobrarían una entrada y el trago adentro tendría un precio. El rumor de la fiesta pasó de boca en boca, hasta que llegó al tercero medio C, donde varios compañeros mantenían una rivalidad cerrada con ese curso.
A las cuatro de la tarde del miércoles 12 de mayo ya tenían todo listo, la casa era de una compañera en la calle Chiclayo 331, en Lo Prado. Una casa no muy grande pero que si se administraba bien, podría albergar a 60 jóvenes, entre ellos a Kevin y a Eric Salazar. La tarde ya era distinta para los vecinos del lugar, muchos autos con el reggaetón a todo volumen, jóvenes caminando de esquina a esquina, gritando y tomando en el estrecho pasaje de piedras y tierra. “Es re poco habitual estas cosas acá, mi vecina, o sea la hija de ella no había hecho nada así antes. O sea, fiestas chicas, pero nunca así”, comenta una vecina.
La música comenzó a sonar en la casa y fue la orden para que el escándalo en la calle terminara. El alcohol apareció entre los asistentes, de mano en mano los vasos y las botellas de cerveza calentaban el ambiente en el lugar. Eric tomó un vaso con cerveza y lo agitó hacia el público. La mayoría se lo tomó como una humorada, como un juego de borrachos. Todos menos Kevin.
-¿Qué te pasa conchetumare`? – le dijo Kevin empujando a Salazar
-Tranquilo no pasa nada – respondió nervioso, tratando de calmar un poco la situación.
- Me manchaste ahuenoao.
En el círculo que se formó ante la eventual pelea apareció una mano que le facilitó una escopeta hechiza a Kevin, dos fierros largos unidos por una soldadura artesanal. Tomó el arma, lo apuntó y en fracción de segundos Salazar estaba tirado en el suelo sangrando. Luego que el disparo cortara la música y dejara un leve olor a pólvora que dejó a todos por segundos estupefactos, vino el grito colectivo de los asistentes. Entre el movimiento de jóvenes que salían de la casa y otros que entraban buscando ayuda, Kevin junto con el menor que facilitó la escopeta, salieron caminando del lugar.
A Tres cuadras de la calle Chiclayo lanzaron el pedazo de fierro aún caliente a un peladero. Siguieron caminando hasta las cercanías del metro Neptuno y tomaron un microbús del Transantiago con rumbo a Cerro Navia, a la casa de Kevin.
Salazar sangraba y desde su pecho le lograba ver como corría un hilo rojo entre sus ropas, su respiración estaba entrecortada. Carabineros llegó al lugar, tomaron al menor y se lo llevaron de urgencia al Hospital San Juan de Dios donde ingresó grave, con una herida de bala que le comprometía el pulmón izquierdo. La herida era tratable, pero en el viaje había perdido mucha sangre lo que complicaba la situación para los doctores.
Kevin seguía vagando con su amigo por las plazas de Cerro Navia, buscando donde esconderse o pasar la noche sin ser encontrados. Carabineros gracias a las declaraciones de los amigos y asistentes de la fiesta lograron contactar a la madre del menor. Ella sorprendida por lo que había pasado, aceptó colaborar con la búsqueda, aceptó entregar a su hijo.
La mujer lo contactó, le dijo que tenían que encontrarse en una plaza cerca de su casa para ir a comprar mercadería. El joven aceptó y quedaron de esperarse. La mamá apareció por una esquina y Carabineros por la otra, Kevin acorralado no opuso resistencia. Ya estaba entregado a la justicia.
En el hospital, Salazar daba una lucha para continuar con vida. La familia llegó a urgencias esperando ver al menor, pero la cirugía era lo primero, los doctores debían sacarle la bala y parar la hemorragia.
En la casa de la fiesta de un segundo a otro se transformó en un lugar de anécdota para los jóvenes. Carabineros, tomó a todos los menores detenidos y los llevó a prestar declaraciones a la Comisaría.
-Peleamos por puras hueás en verdad, porque no nos pasaron la cancha, porque nos pegaron una patada en algún partido o por las minas. Siempre hay un motivo para que estos cabros chicos nos anden buscando mocha. Aquí las cosas se arreglan afuera del liceo y nunca pasan a mayores. Lástima que terminó con mi amigo baleado y todo por una cerveza- comenta Felipe, esperando prestar declaraciones en la 44 Comisaría de Carabineros de Lo Prado.
Otro joven se acerca a Felipe, le dice que no hable mucho, que no le conviene. “Mejor no sigo hablando, acá si cachan que ando sapeando, después se las van a cargar conmigo. La cosa no es tan papa, además al colegio van armados a veces. Bueno quién no anda así hoy en día si es terrible normal que en los colegios pase eso” agrega el menor.
El otro joven que anda con Felipe no quiere dar su nombre, tampoco deja que lo miren mucho rato. Se tapa la cara y grita “Santa Marta, somos de la Santa Marta, terrible chorizo”, lleva un gorro con visera que dice NY Yankees. Se viste como rapero, al igual como lo haría un norteamericano en el Bronxs de Nueva York, pero él a diferencia de su símil extranjero, tiene a un compañero de curso hospitalizado.”Yo estaba dentro de la fiesta y caché todo, si partió cuando el Eric andaba tirando copete, el otro se enojó y le disparó, así no más, sin tanta pelea previa. Ojalá se recupere, pero estos cabros del tercero siempre han tenido atados con nosotros, no es primera vez que hay peleas”, comenta entre risas, como si lo que contara fuera un juego de gánsters.
Salazar se encuentra estable, dentro de la gravedad los doctores lograron dejarlo sin riesgo vital, pero con un pulmón comprometido. Al día siguiente le mandaría un mensaje de texto al celular de su primo diciendo que está bien, que sigue luchando por recuperarse para lograr su sueño, estudiar Contabilidad como lo había mencionado tantas veces en el Cuarto E del Liceo Insuco II.
A la Comisaría de Lo Prado llegaron los dos menores, Kevin y el facilitador del arma. Se bajaron esposados, mirando a las cámaras de televisión, riéndose algo nerviosos. Sin decir nada, sólo con la sonrisa tiritona.
En el centro de justicia hay movimiento, el amigo que le pasó el arma al menor quedó en libertad, la situación no dejó conforme a Carla Barrientos abogada de Kevin, menos aún cuando su defendido tendrá que pasar 45 días en el Sename, bajo el cargo de Homicidio Frustrado, “lo que señalan los testigos es falso, este incidente fue accidental”, comenta.
El control de detención termina, Kevin se para del asiento de los imputados, mira a su espalda buscando a su mamá. Allí está sentada, llorando con algo de culpa, sus otros dos hijos están presos por robo, delito en el que estuvo involucrado el menor y por el que cumplía condena con reclusión nocturna. El joven levanta los hombros como pidiendo perdón, cuando dos gendarmes lo toman de ambos brazos y se lo llevan a cumplir condena mientras se investiga el caso. Los flashazos de las cámaras fotográficas y los sollozos de la mamá son los únicos sonidos que invaden el lugar.
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