27 septiembre 2006

Deep


Saqué la última aspirina del botiquín. No sé bien por qué lo hice, pero supongo que me hará sentir mejor. No me duele la cabeza, pero es como un efecto placebo el que ésta pastilla hace en mi. Me miro al espejo y siento que no he dormido en años, los ojos me pesan y la cara se ve completamente demacrada.

Haber señor, parta por el principio, de momento no le entiendo de lo qué me está hablando.

Tomé el bus que supuestamente me llevaría a cambiar mi vida, el que me devolvería todo lo que había perdido tiempo atrás. Familia, hijos, amigos, aquí ya no me quedaba nada. Acá todo era un vacío en las calles, tanto en la ciudad como en mi vida personal, no entendía bien lo que me pasaba. Estaba perdido.

Pero si recuerdo que usted algo importante hizo en viña del mar, su cara me es familiar.

No entiendo bien, dicen que cuando uno entra y sale en los diarios, tiene cierto prestigio entre los reos. El problema fue que no quise pasar por la famosa iniciación como lo llaman allí.

¿Y que pasó entonces?

No quiero hablar de eso, me trae malos recuerdos. ¿Es estrictamente necesario?

Si quiere terminar luego con esto, debería contármelo.

Allá adentro, es otro mundo. Manejan códigos y palabras que uno no conoce. Si uno no pasa la iniciación, te manduquean todos. Me hice amigo de un par que estaba allí, pero no era suficiente para luchar contra el resto. Trataron de violarme, ese era el rito para ser aceptado, me negué y tuve que pagar las consecuencias. Bueno, el que las pagó no fui yo finalmente, el Rana se llevó la peor parte.

¿Cómo es eso? explíquese mejor, aquí nadie escuchará. Yo estoy aquí para ayudarlo.

Entré a la cárcel por estafa. Según mi abogado, el trámite sería corto, tan sólo un paseo de no más de dos días. Tenía confianza en que me sacaría luego de ahí. Pasaron semanas y meses y no llegaba nunca mi sentencia, estaba esperando poco menos que un milagro me sacara.

Me hice amigo de Roberto Cárdenas y Gustavo Rodríguez. Sí, los diputados. Los que estaban en el asunto de las coimas con el gobierno. Bueno, yo era parte de esas coimas, el autor intelectual del asunto.
Adentro nos trataron mal, desde los gendarmes hasta los perros huachos que llegaban a hacernos compañía. Éramos lo peor, todos los reos de esa penitenciaría estaban dentro por crímenes, asesinatos, violaciones y cosas así. Nosotros éramos los ruciecitos, así nos llamaban.

A la semana, Gustavo tuvo que chuparle el pico al Rana. El matón del lugar, estaba adentro por asesinato, mató a su familia y la enterró en su patio. En la población, el contrataba a las putas y en su casa las amarraba y las mataba, luego procedía a cortarlas en pedazos y las guardaba en el refrigerador. Sin duda alguna era el más temido de todos adentro, él la llevaba, prácticamente era el intocable, además manejaba relaciones con los mismos gendarmes del recinto. Le pasaban drogas para la angustia y cigarros por las noches, no había resguardo policial. Era el rey de la peni.

Prosiga, su relato es bastante interesante

Él fue quien me trató de violar, tenía que pasar primero por él y dejarme que toda la manga de huevones de su banda me rajara el culo a cachas. Me arranqué. Dormí dos días en el patio, allá hace frío y la ropa de mierda que nos pasan es tela de cebolla.

Pasó el tiempo y Rodríguez ya se había hecho amigo de los Tiras, como se hacían llamar el grupo del Rana.

Estaba desesperado, varias veces traté de suicidarme, me robaba las sábanas y me ahorcaba, pero no había caso, eso que dicen que el infierno esta aquí en la tierra y que los pecados se pagan acá. Puta que tiene razón es dicho.

Pasaron los meses y me tenían de júnior. Hacía todos los trámites adentro, era el que daba los recados de un bando a otro, el que pasaba los cigarros y los papelillos para la angustia. Allá se fuma pasta base, nada más. Según los más viejos, los que llevan años allí. Me contaron que las drogas empezaron a entrar en los años de la dictadura, de esta manera los tipos se drogaban y no hacían escándalo, desde ahí que las cosas han ido empeorando.

Pero cuénteme cuando llega el quiebre en su historia, cuándo pasa lo que me vino a contar.

Fue cuando me quedaba el último día para salir. Le dije al Rana que esa noche dejaría que me hiciera lo que quisiera. En el día, en el taller de mueblería, me había hecho un cuchillo de madera. Me habían enseñado los mismos tipos, le sacaban filo y los usaban para pelear.
Quedamos de juntarnos en los baños a las dos de la madrugada. La condición, tenía que ir solo.

Cuando llegó, lo abracé y le di las gracias por no haberme hecho nada malo. Me dijo que me bajara los pantalones, en el acto, saqué el cuchillo y se lo enterré en el estomago, luego lo forcé y lo quebré. Se quedo con el pedazo de astilla adentro. Cayó al suelo y lo empecé a pisar en la herida, mientras lo hacía la sangre salía a borbotones. El líquido caliente me salpicaba en la cara, estaba aún caliente. Los gritos nadie los escuchaba, creían que era yo el que gemía de placer. De pronto el sonido se silenció, la sangre corría por las baldosas negras de hongos y se iban por las canaletas del meadero. Tomé el cuerpo y lo lancé al patio. Adentro todos se hicieron los huevones. Al final, todos odiaban al Rana.

¿Qué es lo que sientes en estos momentos?

Matar a alguien tiene un placer. Pero después, su rostro me persigue en la calle, a veces creo verlo sentado en el asiento de al lado del metro. Me busca hasta en los sueños. Por eso estoy acá, no puedo seguir con esto. Siento que la conciencia me va a liquidar.

Bueno, pero ese tema lo tendremos que dejar para la próxima sesión, estamos en el tiempo. Hable con mi secretaria y pida otra hora. Hasta luego señor y no se pierda pues.

Hasta luego.

…Huevón, te acordai del Loco de viña, ese que salió en los diarios… Sí po huevon, el mismo. Lo estoy atendiendo yo. Se pitió a un tipo en la cárcel, está cagao... ¿Mi diagnostico? No sé todavía, depresión yo cacho. La próxima vez que venga yo creo que sabré con certeza. Igual tiene como para un año….Sí, lo mismo de siempre, las pastillas y listo…Ya hablamos, nos vemos más tarde... Sí, con éste me hago millonario…Ándate a mi casa y te cuento los detalles… Chao.

Saqué la última aspirina del botiquín. No sé bien por qué lo hice, pero supongo que me hará sentir mejor. No me duele la cabeza, pero es como un efecto placebo el que ésta pastilla hace en mi. Me miro al espejo y siento que no he dormido en años, los ojos me pesan y la cara se ve completamente demacrada. Está oscuro y siento que me están observando. No puedo seguir con esto, siento que está en mi departamento, sentado tomando café conmigo. Quiero llorar, desaparecer, dejar de existir.
El balcón siempre ha sido mi salida, mi vía de escape. Hoy corre más viento de lo normal, es calido. Me gusta. Las luces de Santiago brillan más que de costumbre.

Tocan la puerta. Tienen llaves, la están abriendo. Me lanzo…

25 septiembre 2006

Freak
Cinco y media de la mañana y la música aún sonaba, parecía Pearl Jam. Sí, ahora que lo recuerdo bien, era Pearl Jam, el tema Garden, del disco Ten. Me acuerdo que ese me lo había pasado Martín hace tiempo atrás, antes de que se fuera de viaje por el mundo. Pocos días antes de irse me preguntó si yo tenía su cd, le dije que no, porque no me acordaba en realidad. Después, y me refiero a un buen tiempo después, lo encontré en un cajón donde guardaba los comics, de ahí que se lo he querido devolver, pero ya no sé por donde andará.

-Cámbiate de carrera huevon. Si te querí un poco, hazme caso, vas a hacer un muerto de hambre y no te lo digo porque yo lo sea, sino porque todos mis ex compañeros están cagados. Lo que es yo, me voy luego a Nueva York, a trabajar en la CNN.

-Media huevá po, está bien que me di consejos, pero si tus compañeros quedaron cagados y la mayoría de las minas terminaron de secretarias o de corredores de propiedades. No significa que termine igual de cagado. Además quiero estudiar diplomacia después, así que no me vengas con huevas a mí. Respondí algo enojado.

-Ya pendejo, no te hueveo más, pero yo soy tres años más grande que tu y sé lo que te digo. Además la diplomacia es para gente inteligente, no para huevones curados como tú.

-Ya ok, anda a carretear mejor. Respondí hecho furia. Sabía que si seguía conversando me iba a calentar más de lo debido y no quería mandar ningún combo o empujón. Además iba de ultra-colado así que nada que ver igual.

Pasaron las horas y todo seguía igual, el trago aparecía como por arte de magia y yo me dedicaba a conversar con mis ex compañeros y a molestar a los más grandes. Aunque de grandes no tenían nada, dos años más que yo o tres y eso.

De pronto un bocherío quebró la normalidad de la fiesta. El tipo que me estaba conversando gritaba y decía cualquier cosa al aire. Pegaba empujones y se movía de un lado a otro. Luego, toda la gente se movía y salía de la casa, a la calle. Parece que había quedado la grande. Salí a ver.

Entre un tumulto de gente, había un auto todo abierto, sin la radio ni los parlantes, una de las llantas estaba rajada por la mitad. Le habían saqueado el auto por completo. No sabía bien de quien era el vehiculo, pero era último modelo, recién comprado al parecer y estaba todo enchulado. Resaltaba más que los pedazos de chatarra al lado de él. Era obvio que se lo iban a robar, muy huevón el tipo que manda a arreglar su auto, es como decirle a los ladrones: ROBENME.

-¡Mí auto por la puta! Gritaba el tipo que me había molestado dentro de la casa – Recién comprado por la concha de mi madre, que le voy a decir a mi papá.

- ¡Que te lo robaron po, saco hueva¡ Gritó uno de los amigos.

Risas en general.

-Por maricon. Pensé. Aparte de pesado hijito de papá.

De pronto comenzó a sonar Black dentro de la casa y yo tenía mi piscola igual de black que la canción. Me acordé de Martín y de su cd, tambien de un par de personas más. Dejé a medio mundo y entré nuevamente a la fiesta.

22 septiembre 2006

Capitulo 8

A esas alturas de la mañana pasaban micros, tomé la primera que pasó, la que me servía para irme a mi casa. Poco me importaba un reto de mis viejos, sentía el cuerpo cansado y lo único que quería era una cama para poder dormir. Ya no quería luchar más, si José aparecía, si Andrea quería volver a mí, se lo dejaba todo al destino. Que éste pusiera las cartas sobre la mesa y que otro las barajara, pero yo no quería jugar más.

Me bajé, caminé un poco y vi mi casa vacía, no estaba el auto y la puerta estaba cerrada. Golpeé y grité un par de veces. No había nadie.

Salté la pandereta de mis vecinos y como un gato llegué a mi patio, la ventana del baño estaba abierta y por ahí entré. Todo estaba tranquilo, en silencio. Subí las escaleras y abrí la puerta de mi pieza, olía a incienso y a esos spraits que tiran en las casa para el olor. Mi cama estaba hecha, desde hacía mucho tiempo que no veía mi pieza ordenada. Sobre mi escritorio había unas cartas y regalos y postales de muchos colores. Mis amigos sí se acordaron de mí en el tiempo que estuve en el hospital.

Decidí acostarme y olvidarme un poco de todo, pero sobre mi cama había una carta, era de José. La abrí y decía: “Te estoy esperando y no te culpo, la culpa la tenemos todos. Nunca pusimos barreras, límites a nuestro cuerpo. Ahora somos como héroes entre el grupo de amigos, los fotologs se llenan de comentarios cuando ponen fotos donde salimos los dos. Somos lo máximo hombre, como Kurt Cobain. Un icono de rebeldía.
Si lees esto, espero que llegues luego a mi casa. Tenemos que hacer bien nuestra historia e inventar unas cuantas para cuando nos juntemos con el resto…Te quiere, tu amigo, José”.

-Hijo de puta. Pensé. Jamás creí que toda la mierda que había pasado por estos días podría transformarse en esto, en una ironía, un icono. Una mierda, esto es una mierda. Hijo de perra, cree que porque se curó y se intoxicó va a ser parte de todo lo que he pasado. Está equivocado.

Tengo que hablar con él, pero hoy no. Hay que dormir.

15 septiembre 2006

Este cuento pensaba hacerlo más largo, pero al parecer me aburrió. Debo terminar lo que empiezo. Sí lo quieren ver editado, enchulado, con fotos, o ver otros cuentos, reportajes, entrevistas y cuanta cosa quieran, lean acá Paniko
Volviendo a casa
Eran casi seis años sin verlos, tal vez más. Yo lo único que llevaba en mente era un par de titulares, el primero de una incautación de drogas y el segundo, sobre el accidente automovilístico que me tenía aquí. Es difícil no ver a las personas en un buen tiempo, uno siempre las lleva en la mente, las imagina y con eso, las desfigura. Se idealizan, como todos o la gran mayoría de los jóvenes que estaban de negro en ese funeral. Lo mejor de las familias de clase alta del pueblo, hijos de comerciantes árabes, de destacados doctores, de alcaldes, gobernadores, concejales. Todos tenían algo con que resaltar. Eso los hacía ser parte privilegiada del pueblo, entrar gratis a los bares de mala muerte, prostíbulos, tener drogas y conseguirlo todo fácil, ahí los apellidos pesaban y más aún si tus padres o abuelos eran importantes en el sector.

Creo que una vez había entrado a ese cementerio, tenía vista al mar. Estaba lejos del pueblo, pero era el placer de todos ir a morir allá. Sí, lo recuerdo bien. Fue cuando entré al colegio, en ese verano había muerto ahogado un primo del que ahora estábamos enterrando. En Papudo, en una playa famosa por los innumerables remolinos que se hacían en el agua y con ellos atrapaban a cuanto veraneante podía. En ocasiones, el mar devolvía a sus victimas, en otras, no perdonaba.

Era chico y no entendía muy bien lo que pasaba, primer día de clases y una misa en memoria del que no pude conocer. Mis compañeros me decían que ahora estaba mejor, que el cielo es un gran mar donde ahora podría nadar tranquilo por mucho tiempo.
Este niño, además había sido alumno del colegio donde ahora tendría que estudiar. Iba en el mismo curso donde yo estaba. Nadie entendía muy bien el significado de la muerte, pero los curas del colegio sabían manejar mejor que nadie esos temas. Los transformaban en tabú, no se hablaban o daban explicaciones incoherentes. Nosotros, entendimos que ahora estaba nadando eternamente en el cielo. Cuando nos acercamos a la tumba, adentro no había nadie, sólo una foto. El mar nunca lo devolvió.


Corría un viento helado. A lo lejos, se veían las olas golpear con las rocas y, a ratos, llegaba esa brisa húmeda de mar que tanto extrañaba. El olor a tierra recién mojada, a pasto y los aromas de la naturaleza, me transportaban a la infancia. En el horizonte, el sol se estaba escondiendo, los tonos naranja y violeta cubrían todo el cielo, el agua se teñía con esos colores, se mezclaban. Hacía el amor el cielo con el mar, eran uno.
Acá, en cambio, los tonos eran diferentes, el silencio llegaba a ser adormecedor. Los colores eran grises, blancos y negros, el pasto mimetizaba el olor a agua estancada y a flores podridas. En este cerro todo era distinto, era otro Viña del Mar, con otra gente, con recuerdos rotos y promesas sin cumplir. Con calles propias y mausoleos distintos a la arquitectura típica de puerto. El ambiente era umbrío, triste.

Dentro de la pequeña multitud que despedía al accidentado, habían tres personas que estaban fumando aparte del grupo, un poco más lejos del funeral, en otra tumba. Me acerqué a ellos, todos de negro, miraban el suelo como si de éste fueran a salir las respuestas que buscaban. Ninguno hablaba mucho o más de lo debido, sólo se dedicaban a darles grandes caladas al cigarro, a olvidarse un poco de todo.
Ya cuando estaba cerca de ellos les pedí fuego.

- Sí, acá lo tienes. Respondió.

Y sacó de su bolsillo un encendedor y se acercó para prender mi cigarro. Sus ojos se abrieron, se sorprendió. No esperaba que estuviera ahí, que hubiera viajado para ir a despedir a nuestro ex compañero.

- Benja. Tanto tiempo. No esperaba verte acá.

- Diego, las noticias corren rápido y sobre todo las malas. Respondí

- Desde luego. Y a ellos, ¿los recuerdas? Y me señaló a Felipe y Mario, los compañeros con los que más me juntaba en el colegio y fuera de él.


Mario era primo hermano del que se había ahogado hace años atrás y primo lejano, como en segundo grado, del actual fallecido. Su familia era de comerciantes árabes, todas ligadas entre sí. Tenían el monopolio del comercio en el pueblo y las pequeñas ciudades cercanas. Estaban constantemente estafándose, escondiéndose dinero y robándose entre sí. Uno se podía dar cuenta cuales eran las familias de turno, en el colegio se armaban grandes peleas entre primos, que en un principio, nadie entendía muy bien. Pero con el paso del tiempo nos dimos cuenta que los problemas de adultos también se pasaban a los hijos, como una lacra, pero con el tiempo esas heridas se iban dispensando lentamente.

- El colegio lo cagó Benja, como nos cagó a todos. Estos curas nos lavaron el cerebro, nos llenaron de trancas. Al final, el prestigio de haber salido de tan buen establecimiento se nos va a la mierda. Tuviste suerte de irte a tiempo. En Santiago las cosas son distintas, se vive distinto. Comentó entre sollozos Mario, que ya no sabía bien donde estaba, sentía un poco de frustración, de odio, de impotencia.

No sabía que decirle, como contestar eso. Tenía razón, los curas habían dejado su huella en nosotros, una estampa que hacía diferenciarnos del resto en el pueblo. Sabíamos perfectamente quienes iban y quienes no en el colegio, era algo simplemente en la presencia. El corte de pelo, la forma de pararse, de hablar, de estar en público. Todas esas cosas nos diferenciaban del resto. En Santiago las cosas cambian, eso ya no sirve. Hay que reformularse todo, la manera de pensar, la forma de ver el mundo. En la capital, las antiguas enseñanzas del evangelio, no sirven.

- Te acuerdas de esta lapida Benja, es la de Cristian. El compañero que murió ahogado. Dijo Diego.

- Sí, fue en el mismo año en que llegué. Respondí mirando el suelo.

El epitafio decía algo como “te queremos y en nuestros corazones te recordaremos”. Siempre me quedó dando vueltas la muerte de él, sentía que había llenado el vacío que él dejó en la sala de clases, que fui el vacante que faltaba para completar el número en el curso. Con el tiempo lo fui olvidando, se fue borrando en mi mente su figura, la foto en el ataúd.

- Tuviste suerte huevon. Desde que te fuiste las cosas no cambiaron mucho, pero tú por lo menos pudiste leer otras cosas, salir de este pueblo de mierda. Aquí todos nos hicimos algo prisioneros, nadie quiso ir mas lejos que Viña del Mar. Todos terminaron estudiando acá, algunos ni siquiera sacaron carreras universitarias. La gran mayoría se dedicó a aprender el funcionamiento de las empresas o los fundos de sus padres. Dijo Felipe. Concentrado mirando el mar, fumando el cigarro hasta las últimas.

Yo estaba más pendiente de mis pensamientos y de escuchar a ratos las palabras del sacerdote en la ceremonia. Mario sólo se dedicaba a lanzar diatribas en latín contra la iglesia. Sabía que ella había matado a su primo. Aún cuando lo que ésta profesaba era amor y paz. Nosotros cuatro teníamos claro que la prisión Colegio San Pascual Apóstol, nos destruía, nos sujetaba a creer cosas impuestas. Por eso, al salir del colegio y ya en los últimos años, nos reventábamos como si el mundo se fuera a acabar. Queríamos probar todo lo malo que dijeron alguna vez nuestros profesores. El sexo, las drogas, el alcohol, la literatura prohibida, carreras mal vistas. En ese entonces todo para nosotros era nuevo, tenía un buen gusto, adrenalina a la vena.

Luego vino un silencio incomodo, de esos que llegan a doler los oídos. Cada uno trataba de quebrarlo, de romper con ese hielo que había llegado para quedarse, que permanecía inmóvil sobre nuestros cuerpos, sujeto en el aire. Yo, recordaba.


Todos formados en filas perfectas. Lunes en la mañana, en ayunas, esperando entrar a la misa rutinaria de la semana. Algunos, los más grandes, sacaban de sus bolsillos dulces o chicles para calmar el hambre. Nosotros los mirábamos como el acto más valiente que podían hacer. Ir en contra de las normas establecidas por los sacerdotes del colegio, era casi un pecado.
Diego, siempre iba delante de mí en la fila. En aquel entonces no poseía esa gallardía que lo caracterizó años después, como el campeón de los burdeles, conocía a todas las prostitutas del pueblo. Incluso llegó a enamorarse de una, de Scarlet. Sus ojos y su figura infantil, deleznable, virginal, la hacía tener el atributo necesario para esconder su verdadera condición. Jamás se les vio juntos, pero los más amigos, sabían de todo lo que pasaba. Con el paso del tiempo, los dos se dieron cuenta que no podían concretar nada, que sólo llegarían a los encuentros carnales de fin de semana, en el burdel. O los inesperados encuentros en solitarios callejones, donde consumaban sus placeres, los calores de la semana, las fiebres desesperadas de un joven de quince años.
Años después, en el bar Luna Creciente, en Valparaíso. Nos contaron que la Scarlet había armado su propio prostíbulo en el puerto de San Antonio. Se había casado con su cabrón y ahora él se dedicaba a la trata de blancas, mientras que ella administraba el local.
La actitud inequívoca de todos fue guardar silencio, pactar ese secreto con la sangre de nuestra amistad. Los ojos de Diego estaban llorosos, se había enamorado. Su mirada lo demostraba, era franca e indefensa. Desde ese día, no se habló más del tema.

-Ahora viene la parte de los abrazos. Interrumpió Felipe – Deberías ir, hay varias caras conocidas. Agregó.

-Sí, aunque lo hago más por educación. Los únicos que me interesaban ver eran a ustedes y bueno… Roberto, claro. Respondí con toda sinceridad.

El funeral había terminado y ahora las elocuentes lenguas, la de las viejas que aprovechan toda ocasión para hacer vida social, ahora disparaban sus dardos a todo el mundo, dando el pésame a los familiares y a todos en general.

- Porqué no te haces cargo de las viejas copuchentas, Mario. Eres el más idóneo para entretenerlas ¿No recuerdas a la mamá del Pancho Silva? Dijo en un tono burlesco Felipe.

-¿Y tú mamá no te ha contado nada, Felipito? Acaso crees que tu hermano chico fue un chiripazo de tus viejos. Respondió Mario con su típica pesadez.

-Mejor caminemos al auto. Benja ¿Vienes con nosotros? Preguntó Diego - ¿Por los viejos tiempos?

-Por los viejos tiempos. Respondí, prendiendo al mismo tiempo uno de los cigarros añejos de mi bolsillo.

13 septiembre 2006

Treinta y tres y sacando cuentas



Sebastián Fuentes.


Estamos a treinta y tres años de uno de los sucesos que mas han repercutido en la memoria colectiva de los chilenos. El 11 de septiembre de 1973, el país se fracturó, se quebró en dos partes casi irreconciliables. Ese fue el día en que Augusto Pinochet – el general que todos conocemos – hizo un golpe de estado al gobierno de Salvador Allende, presidente socialista, quien alcanzó a gobernar solo tres años. Sin embargo, esta dictadura militar no contó con todo el apoyo nacional. La mitad del país, lo apoyaba y dentro de la otra mitad habían militares que no estaban de acuerdo con lo que implantaban los generales golpistas – que en ese tiempo no tenían nada de generales-, gente cercana a los partidos de izquierda y obviamente toda la unidad popular.

Desgraciadamente, muchas personas tuvieron que irse de Chile y no por gusto, sino que fueron los perseguidos politicos, los que sintieron y vieron el terror en verdaderos campos de concentración, como lo fue el estadio nacional. Se produjo un caos, el miedo era tan grande que padres acusaban a sus hijos de comunistas, hijos que entregaban a sus padres, familias divididas por ideologías, compañeros de trabajo que hacían de sapos, que apoyaban la dictadura y acusaban a sus amigos de “subversión”.

Nosotros que somos jóvenes, todo esto lo vivimos por relatos, historias que se fueron traspasando, algunos contaron la historia con odio, otros con recuerdos felices. Nuestra generación solamente tiene que formarse una opinión propia. La historia está escrita. Algunas personas dicen que los libros históricos los escriben los ganadores, como el caso mapuche con los españoles. Estos fueron escritos por los peninsulares, los europeos. Yo pienso que este trozo de la historia, a estas alturas, ya tiene de las dos partes y no existen ganadores ni perdedores, no se podría definir así un momento de nuestra historia que hasta la gente de derecha la recuerda como un momento de muchos errores y de sufrimiento.

Hace pocos días, la moneda volvió a estar en llamas. Mucha gente que estuvo dentro del palacio de estado, en el momento que fue bombardeado, vio esta escena, como una polaroid de recuerdos. Recuerdos dolorosos que la retina y la memoria no pudieron borrar. La gente que estaba marchando tranquila por las calles, no lo podía creer. Algunos aplaudían este acto como simbolismo de anarquía. ¿Esto a que ayuda a la reconciliación nacional?
Son terroristas, sin duda alguna, lo son. La democracia ya se ha impuesto en nuestro país, una democracia que muchos lucharon, muchos murieron en el intento de recuperarla y ahora que vivimos en ella, aun así hay ciertos grupos que no quieren vivir en ella, la anarquía no cree en las instituciones gubernamentales.

Los desmanes de ese mismo día, la mayoría de los detenidos fueron menores de edad. ¿Por qué lanzan piedras, por qué se encapuchan? Quizás es mucha la televisión que vieron cuando niños, muchas películas de guerra. Nosotros somos hijos de las movilizaciones, no de la dictadura. Lanzar piedras, no va a ayudar a cellar las heridas de hace tres décadas atrás. Hoy existe libertad de expresión, pero de manera sana no de esta forma. Liberando rabia, odio y por qué todo esto.

Siento que toda esta masa aprovecha las instancias para liberar su descontento con la sociedad en general. La democracia llegó, pero muchos sectores pobres, no salieron de la miseria. Estos escolares que reclamaban el once, seguramente no era por el golpe militar, sino era una ira con la democracia, una rabia que soslayaba todos los sentidos de la dictadura. Ellos aprovechaban la ocasión para demostrar que la sociedad actual está mal. De igual manera un partido de fútbol, un clásico por ejemplo, estas son las instancias en que la gente libera la rabia contra el sistema, que a pesar de estar en democracia, arrastra muchas cosas de dictadura.
Una economía privatizada, un sistema de organización de ciudad que tuvo su máximo esplendor en la dictadura, donde las periferias se transformaron en verdaderos guetos. Ahí se concentró el odio, las dificultades para surgir, donde eran oprimidos por el régimen militar y que luego, llegada la democracia, se vieron en las mismas condiciones de no poder surgir.

Son esas personas las que hacen que los días once de septiembre sigan siendo iguales cada año. Son esos jóvenes, cuyos recuerdos inexistentes de un 73, reviven siempre la violencia. Las historias que escucharon de sus padres, en aquellas épocas pasadas, estoy seguro que ya no existen. En sus drogadas mentes, a lo único que prestaron atención fue al odio, al sentimiento de que la torta se repartió mal antes y que aún sigue mal repartida. Ellos son los que se quedaron con las guindas de la torta. Los que no vieron ni sintieron el progreso en la dictadura, ni tampoco lo sienten ahora. Son un grupo estancado, impedido de surgir masivamente, el sistema no les permite eso.

A veces cabe a pensar que sus padres contaron bien la historia, que en los tiempos de Allende la educación era gratis, que en los hospitales podían ir todos a atenderse sin tener que dejar un cheque en blanco de garantía, que los niños podían tener un vaso de leche diario. Fueron aquellos tiempos, donde los que más necesitaban, tuvieron voz y voto, el gobierno los escuchaba y ponía atención a los que realmente vivían en malas condiciones. Porque para qué preocuparse de la gente que tiene plata, si total, los que tienen casi nunca les va a faltar. Sin embargo, la derecha se encargó de que sí les faltara, para que la preocupación y el descontento fuera masivo. Entonces, a mi parecer, caben dos posibilidades de lucha para estos onces de septiembre, el sentimiento de nostalgia de un pasado mejor o una guerra contra el gobierno democrático o a la política chilena que no los ha podido sacar de su estancamiento.

Yo, me quedo con las dos.

05 septiembre 2006

Aburrido
Vuelve a recordar, lo que olvidaste llevar.
Ven, jugando a abrazar el vacío.
Sobrevive, la última cerveza del refrigerador.
Y no hay nadie.
No hay nadie,
A veces, vienes y vas,
Como las olas del mar.
A veces crees encontrar, lo que en tus ojos perdiste
En nuestro rápido pasar.
Y crees que olvidaste recordar, fue más preciso llegar, abrazando al vacío
Viendo lo mismo, sangrando las mismas heridas, las mismas costras
Que alguna vez creíste borradas.
A tout le monde,
A los cercanos,
A los que estuvieron y los que creyeron estar, pero que en verdad fue por obligación.
A tous mes amis
Y los que lo supusieron también, a los que estrecharon las manos y nada recibieron.
A ellos y a los presentes.

Salud!