Sin Comentarios
Cuando regresan amigos que no ves hace tiempo, es siempte necesario celebrarlo. Vean cuando se juntan algunos ex compañeros-amigos-conocidos del Fido....Sin comentarios..
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31 mayo 2006
28 mayo 2006
volví a pescar a Simón, ya se me está haciendo chori escribir su vida.
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Capitulo 5
Tenía que estar todo planeado, era el gran escape a lo Papillon. Recuerdo que mi abuelo me hablaba mucho de ese tipo, él se había arrancado de no se qué cárcel y todos los reos lo trataron como un Dios y los guardias no lo podían ni siquiera creer. Bueno, el cuento es que mi escape tendría que ser así. En la noche y lo más callado posible, aquí en el hospital militar está lleno de milicos así que es más complicado aún. Esto parece realmente una cárcel de alta seguridad.
Son las tres de la tarde. Hace ya una semana que me puedo parar para ir al baño, es tan molesto hacer pipí en esos patitos o como se llamen. Viene la enfermera – Que esta bien rica por cierto- y me asea, esta es la parte que más disfruto del hospital y la comida, que yo sepa a nadie le gusta, pero a mi la comida de enfermo me encanta. Una vez que la enfermera terminó de hacer todo su trabajo, me senté y le pregunté.
-Oye, ¿Te puedo pedir dos favores?
-Sí, dime no más. Contestó la enfermera con esas voces de operadoras fono puta.
-Me puedes decir dónde está mi ropa, quiero sacar algo de mi billetera. Respondí. La última parte era mentira, obvio, lo único que quería era sacar la ropa y largarme cuanto antes de aquí.
-En el clóset frente tuyo, si quieres lo dejo abierto para que puedas sacar tus cosas. Respondió con una sonrisa.
-Muchas gracias. Respondí. Mientras se paraba e iba al mueble, se agacho un poco para poder meter la llave que no coincidía con la chapa. En ese instante, supuse que esta enfermera no llevaba sostenes bajo el delantal, cuando se agachó pude ver casi como una imagen en detalle su par de atribuciones. Estaba vuelto loco.
-¿Y la otra pregunta Simón? Parece que se dio cuenta.
- Emmm… ¿Me queri dar tu número de teléfono? Tenía que preguntarle eso, estaba muy buena y esta oportunidad no se me podía resbalar de las manos. A estas alturas me daba lo mismo Andrea. De hecho la odiaba con toda mi alma, por su culpa estoy acá.
- Jajaja, qué patudo me salió el paciente, si tuvieras unos 5 años más podría dártelo. Pero no te preocupes, nos vamos a seguir viendo. Te queda por lo menos medio mes más aquí. Sonreía con una belleza que hacía que poco menos se iluminara por algo superior – Ahí está abierto el clóset, cualquier problema aprieta el botoncito de tu camilla. Añadió
La primera parte del plan estaba casi completa, no se puede siempre tener lo que uno quiere. No me sabía ni el nombre de la enfermera, pero me había abierto el clóset por lo menos. Me podría vestir y pasar desapercibido.
Son las diez de la noche y todo está tranquilo. Pesqué el teléfono y llamé a un radio taxi. A las 11 me estaría esperando en Av. Providencia con Holanda.
En esos momentos no sabía que hacer, tenía un montón de mangueritas conectadas a mi brazo y no podía salir con ellas a la calle. Me acordé que en casi todas las películas de hospitales y de tipos que se arrancan de lugares en los cuales están conectados con mangueras, se las tiran del brazo y estas salen altiro. Pesqué las cuatro mangueras de mi brazo derecho y las tiré con todas mis fuerzas.
– ¡¡¡Conchetumadreeee!!! Grite.
Sentí un dolor que jamás por mi cuerpo había pasado. Me aseguré que las agujas habían salido todas, estaban las cuatro chorreando líquidos raros mezclados con sangre. Cuando me di cuenta que había pegado un grito gutural y que seguramente todo el hospital lo había escuchado, en esos momentos el tiempo jugaba en mi contra.
De mi brazo chorreaba un hilito de sangre, pero lo podía mover bien. Fui al clóset y saqué los pantalones, estaban impeques, ni sangre ni nada, un poco rasgados en las rodillas porque los fierros del auto me los rompieron. Luego saque las Converse, no habían calcetines ni nada. Estaban manchadas con un poquito de sangre por el accidente. Me demoré un millón en ponérmelas, es más difícil, y más aún si uno está nervioso. Mi polera de Led Zeppelin era un gran manchón rojo. No me la podía poner, era muy obvio para la gente del exterior que me había pasado algo. Me quede con el pijama del hospital, que en realidad no cubrían nada y saqué mi abrigo negro.
Sentía que los doctores y el personal de turno comenzaba a correr por los pasillos, me asomé por la puerta y justo pasaron de largo, creyeron que había sido el abuelito de al lado.
Tomé un respiro y me puse a correr, me pasee por todos los pasillos del tercer piso. Había una recepción justo frente mío, al lado estaba la escalera y el ascensor. Me puse en punta y codos, me arrastré, el recepcionista no se dio cuenta. Llegué a la escalera y las bajé lo más rápido que pude. Una vez abajo, había un gran hall, donde a lo lejos estaba la puerta de entrada. La trate de abrir, pero no hubo caso. -Veinte para las once, es obvio que no iba a estar abierta. Pensé.
De pronto una iluminación se me vino a la cabeza - ¡Urgencias!
Corrí hasta urgencias, pasé por el pasillo hecho una bala. En esos lugares del hospital da lo mismo quien corre o no, total ahí todo el mundo anda acelerado.
Abrí las puertas de la entrada y me topé con los estacionamientos, respiré. Respiré el smog de Santiago y cierta sensación de soledad me inundó completamente. Miré al cielo y las estrellas me acompañaban, eran de esas noches heladas y estrelladas en las que solía caminar junto con Andrea. Su imagen en mi memoria aún no se borraba, a lo lejos sentía el pitar de los autos y el ruido de las micros al acelerar. El pasillo del hospital, a lo lejos corrían cinco personas en dirección a la salida, parecían preocupadas. ¡Chucha es a mí a quien buscan!
Salí del hospital y a mis espaldas me seguían unos guardias y cinco hombres de blanco. El radio taxi estaba esperando a las 11 en el lugar acordado. Abrí la puerta y me subí.
-¿Dónde lo llevo joven? Preguntó el chofer.
-¡Acelera weon, acelera!
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Capitulo 5
Tenía que estar todo planeado, era el gran escape a lo Papillon. Recuerdo que mi abuelo me hablaba mucho de ese tipo, él se había arrancado de no se qué cárcel y todos los reos lo trataron como un Dios y los guardias no lo podían ni siquiera creer. Bueno, el cuento es que mi escape tendría que ser así. En la noche y lo más callado posible, aquí en el hospital militar está lleno de milicos así que es más complicado aún. Esto parece realmente una cárcel de alta seguridad.
Son las tres de la tarde. Hace ya una semana que me puedo parar para ir al baño, es tan molesto hacer pipí en esos patitos o como se llamen. Viene la enfermera – Que esta bien rica por cierto- y me asea, esta es la parte que más disfruto del hospital y la comida, que yo sepa a nadie le gusta, pero a mi la comida de enfermo me encanta. Una vez que la enfermera terminó de hacer todo su trabajo, me senté y le pregunté.
-Oye, ¿Te puedo pedir dos favores?
-Sí, dime no más. Contestó la enfermera con esas voces de operadoras fono puta.
-Me puedes decir dónde está mi ropa, quiero sacar algo de mi billetera. Respondí. La última parte era mentira, obvio, lo único que quería era sacar la ropa y largarme cuanto antes de aquí.
-En el clóset frente tuyo, si quieres lo dejo abierto para que puedas sacar tus cosas. Respondió con una sonrisa.
-Muchas gracias. Respondí. Mientras se paraba e iba al mueble, se agacho un poco para poder meter la llave que no coincidía con la chapa. En ese instante, supuse que esta enfermera no llevaba sostenes bajo el delantal, cuando se agachó pude ver casi como una imagen en detalle su par de atribuciones. Estaba vuelto loco.
-¿Y la otra pregunta Simón? Parece que se dio cuenta.
- Emmm… ¿Me queri dar tu número de teléfono? Tenía que preguntarle eso, estaba muy buena y esta oportunidad no se me podía resbalar de las manos. A estas alturas me daba lo mismo Andrea. De hecho la odiaba con toda mi alma, por su culpa estoy acá.
- Jajaja, qué patudo me salió el paciente, si tuvieras unos 5 años más podría dártelo. Pero no te preocupes, nos vamos a seguir viendo. Te queda por lo menos medio mes más aquí. Sonreía con una belleza que hacía que poco menos se iluminara por algo superior – Ahí está abierto el clóset, cualquier problema aprieta el botoncito de tu camilla. Añadió
La primera parte del plan estaba casi completa, no se puede siempre tener lo que uno quiere. No me sabía ni el nombre de la enfermera, pero me había abierto el clóset por lo menos. Me podría vestir y pasar desapercibido.
Son las diez de la noche y todo está tranquilo. Pesqué el teléfono y llamé a un radio taxi. A las 11 me estaría esperando en Av. Providencia con Holanda.
En esos momentos no sabía que hacer, tenía un montón de mangueritas conectadas a mi brazo y no podía salir con ellas a la calle. Me acordé que en casi todas las películas de hospitales y de tipos que se arrancan de lugares en los cuales están conectados con mangueras, se las tiran del brazo y estas salen altiro. Pesqué las cuatro mangueras de mi brazo derecho y las tiré con todas mis fuerzas.
– ¡¡¡Conchetumadreeee!!! Grite.
Sentí un dolor que jamás por mi cuerpo había pasado. Me aseguré que las agujas habían salido todas, estaban las cuatro chorreando líquidos raros mezclados con sangre. Cuando me di cuenta que había pegado un grito gutural y que seguramente todo el hospital lo había escuchado, en esos momentos el tiempo jugaba en mi contra.
De mi brazo chorreaba un hilito de sangre, pero lo podía mover bien. Fui al clóset y saqué los pantalones, estaban impeques, ni sangre ni nada, un poco rasgados en las rodillas porque los fierros del auto me los rompieron. Luego saque las Converse, no habían calcetines ni nada. Estaban manchadas con un poquito de sangre por el accidente. Me demoré un millón en ponérmelas, es más difícil, y más aún si uno está nervioso. Mi polera de Led Zeppelin era un gran manchón rojo. No me la podía poner, era muy obvio para la gente del exterior que me había pasado algo. Me quede con el pijama del hospital, que en realidad no cubrían nada y saqué mi abrigo negro.
Sentía que los doctores y el personal de turno comenzaba a correr por los pasillos, me asomé por la puerta y justo pasaron de largo, creyeron que había sido el abuelito de al lado.
Tomé un respiro y me puse a correr, me pasee por todos los pasillos del tercer piso. Había una recepción justo frente mío, al lado estaba la escalera y el ascensor. Me puse en punta y codos, me arrastré, el recepcionista no se dio cuenta. Llegué a la escalera y las bajé lo más rápido que pude. Una vez abajo, había un gran hall, donde a lo lejos estaba la puerta de entrada. La trate de abrir, pero no hubo caso. -Veinte para las once, es obvio que no iba a estar abierta. Pensé.
De pronto una iluminación se me vino a la cabeza - ¡Urgencias!
Corrí hasta urgencias, pasé por el pasillo hecho una bala. En esos lugares del hospital da lo mismo quien corre o no, total ahí todo el mundo anda acelerado.
Abrí las puertas de la entrada y me topé con los estacionamientos, respiré. Respiré el smog de Santiago y cierta sensación de soledad me inundó completamente. Miré al cielo y las estrellas me acompañaban, eran de esas noches heladas y estrelladas en las que solía caminar junto con Andrea. Su imagen en mi memoria aún no se borraba, a lo lejos sentía el pitar de los autos y el ruido de las micros al acelerar. El pasillo del hospital, a lo lejos corrían cinco personas en dirección a la salida, parecían preocupadas. ¡Chucha es a mí a quien buscan!
Salí del hospital y a mis espaldas me seguían unos guardias y cinco hombres de blanco. El radio taxi estaba esperando a las 11 en el lugar acordado. Abrí la puerta y me subí.
-¿Dónde lo llevo joven? Preguntó el chofer.
-¡Acelera weon, acelera!
23 mayo 2006
Entre Ayer y Hoy.
Ayer pensé que el sol no saldría nunca más, hoy salió como todos los días.
Ayer creí que podría ser un rockstar, hoy me di cuenta que no lo soy.
El año pasado una mujer me dio vuelta el mundo, hoy fui yo quien lo enderezó nuevamente.
Ayer mi mejor amigo hizo el amor, hoy me masturbe pensando en su novia.
Ayer tomé más de la cuenta, hoy la cuenta me la pasan con dolores de cabeza.
Ayer pensé que las cosas iban a cambiar, hoy no cambiaron y supongo que mañana tampoco lo harán.
Ayer quería ser escritor, hoy quiero escribir para que alguien me lea.
En el verano conocí más historias de las que podría imaginar, hoy no me acuerdo de ninguna para relatar.
En Marzo pensaba que nunca me pasaría nada malo, en Marzo me asaltaron y me golpearon.
Ayer pensé que nadie que estuviera a mi alrededor partiría al otro mundo, actualmente se han ido dos.
Ayer quise hacer una película, hoy no se me ocurre ni siquiera el guión.
Ayer no se me ocurría que escribir, hoy tampoco.
Entre ayer y hoy han pasado tantas cosas, que supongo que mañana serán completamente distintas a las de hoy. No sé por qué escribí esto, de todas maneras muchas son ficción.
22 mayo 2006
Bienvenida Realidad
Entre mugre, frustración y miedo viven los pobladores de Bernardo Leyton en Puente Alto, para estos residentes pasearse por las noches en sus barrios es algo seguro, pero cuando aparecen personas extrañas, todo se pone de color de hormiga.
Sebastián Fuentes
Vivimos en un mundo acelerado, el día a día y el consumismo masificado nos lleva a transformarnos en personas individualistas. Este no es el caso de la población Bernardo Leyton en Puente Alto. Todos los vecinos se conocen entre si, se cuidan las espaldas y en muchas ocasiones se ayudan cuando hay necesidades económicas. Ellos más que nadie conocen el valor de la solidaridad y saben perfectamente de delincuencia, drogas y la frustración de no poder cumplir sus sueños.
El lugar no está muy bien cuidado, contrasta fuertemente con toda la modernización que hay a cinco cuadras de la población. Metro, supermercados, casas en mejor estado, condominios cerrados y con guardias, son una de las cosas que la comunidad Layton desconoce. A su alrededor están las calles con hoyos y suciedad, las paredes pintadas con símbolos de barras, el alumbrado publico con sus luces rotas producto del vandalismo en que viven constantemente.
“El problema está en que los trabajadores no pueden ir a la población, puesto que se roban las herramientas y corren el riego de que los asalten”. Declara Jaime Garrido, Geógrafo de la Universidad de Chile, jefe de formulación de proyectos del SERPLAC de Puente Alto.
Por lo tanto que las cosas mejoren, están muy lejos de serlo. En el tema urbano es casi imposible un cambio radical como lo que planteó la presidenta Michelle Bachelet en su discurso del 21 de Mayo. Una de sus propuestas estaba en la construcción de “barrios amables” y “vecindarios acogedores”. Estos son muy complejos de construir si a las comunidades como Bernardo Leyton no se les informa y educa sobre estas nuevas propuestas.
Un tema de seguridad.
Entrar a la población Bernardo Layton es difícil. Más aún si no se conoce a nadie que sea residente de ella. Este era el detalle crucial que nosotros no conocíamos. Tener a alguien era fundamental para pasar desapercibidos dentro de la comunidad.
Debido a que todos se conocen, fue sencillo para los residentes darse cuenta que éramos extranjeros en sus territorios. Tras caminar un par de cuadras, vimos como los pobladores comenzaron a silbar de una manera muy peculiar, el sonido pareciera ser indicio de alerta. Puesto que todos los residentes salían de sus casas y miraban a las visitas.
Fue tanto el miedo que nos vimos obligados a entrar a un minimarket, para que las personas se tranquilizaran.
En el minimarket Loly, las dos personas que lo atendían, se asustaron. La sra. Elena Peña y don Luis Castro, de 60 y 67 años respectivamente, no entendían bien que era lo que pasaba. Le explicamos que estábamos ahí por una entrevista. Hasta carné y credencial de estudiante tuvimos que mostrar para que al fin pudieran acceder a conversar con nosotros. “Es por un tema de seguridad” afirmaban a dúo.
Según estos propietarios de casas tipo Copeva, que a la vez cumple la función de negocio con el cual pueden subsistir. Comentan que “aquí en la población no pasa nada, son los de otros sectores quienes echan a perder el lugar”, sin embargo tienen un promedio de tres asaltos por año, lo que es poco para el lugar en el que viven.
“Aquí todos nos ayudamos, si pasa algo, pegamos un puro grito y los vecinos salen al rescate”. En eso tenía razón la sra. Elena, mientras conversábamos, por afuera del negocio se paseaban personas y miraban al interior para asegurarse que todo estuviera bien, los chiflidos afuera no cesaban. El miedo era cada vez mayor y nos vimos obligados a retirarnos lo más rápido del negocio y de la población.
Este debe ser uno de los problemas más frecuentes del periodista, ellos poseen un prejuicio ya formado sobre lo que acontece en los lugares marginales y por este modo cuando van a terreno, muchas veces se impone el prejuicio ante la objetividad. Cuando fuimos a la población, no pasó nada, pero nos vimos forzados a retirarnos puesto que los mismos residentes impusieron una presión sobre nosotros. Ellos cuidan lo poco que tienen y siempre viven desconfiados de lo poco familiar. Aquí a pesar que la globalización en el sentido consumista y comercial no se ha impuesto completamente, aún así tienen ciertos indicios de estos, como su individualidad. Aunque a la vez contradictoria, puesto que entre ellos mismos son muy solidarios.
Entre mugre, frustración y miedo viven los pobladores de Bernardo Leyton en Puente Alto, para estos residentes pasearse por las noches en sus barrios es algo seguro, pero cuando aparecen personas extrañas, todo se pone de color de hormiga.
Sebastián Fuentes
Vivimos en un mundo acelerado, el día a día y el consumismo masificado nos lleva a transformarnos en personas individualistas. Este no es el caso de la población Bernardo Leyton en Puente Alto. Todos los vecinos se conocen entre si, se cuidan las espaldas y en muchas ocasiones se ayudan cuando hay necesidades económicas. Ellos más que nadie conocen el valor de la solidaridad y saben perfectamente de delincuencia, drogas y la frustración de no poder cumplir sus sueños.
El lugar no está muy bien cuidado, contrasta fuertemente con toda la modernización que hay a cinco cuadras de la población. Metro, supermercados, casas en mejor estado, condominios cerrados y con guardias, son una de las cosas que la comunidad Layton desconoce. A su alrededor están las calles con hoyos y suciedad, las paredes pintadas con símbolos de barras, el alumbrado publico con sus luces rotas producto del vandalismo en que viven constantemente.
“El problema está en que los trabajadores no pueden ir a la población, puesto que se roban las herramientas y corren el riego de que los asalten”. Declara Jaime Garrido, Geógrafo de la Universidad de Chile, jefe de formulación de proyectos del SERPLAC de Puente Alto.
Por lo tanto que las cosas mejoren, están muy lejos de serlo. En el tema urbano es casi imposible un cambio radical como lo que planteó la presidenta Michelle Bachelet en su discurso del 21 de Mayo. Una de sus propuestas estaba en la construcción de “barrios amables” y “vecindarios acogedores”. Estos son muy complejos de construir si a las comunidades como Bernardo Leyton no se les informa y educa sobre estas nuevas propuestas.
Un tema de seguridad.
Entrar a la población Bernardo Layton es difícil. Más aún si no se conoce a nadie que sea residente de ella. Este era el detalle crucial que nosotros no conocíamos. Tener a alguien era fundamental para pasar desapercibidos dentro de la comunidad.
Debido a que todos se conocen, fue sencillo para los residentes darse cuenta que éramos extranjeros en sus territorios. Tras caminar un par de cuadras, vimos como los pobladores comenzaron a silbar de una manera muy peculiar, el sonido pareciera ser indicio de alerta. Puesto que todos los residentes salían de sus casas y miraban a las visitas.
Fue tanto el miedo que nos vimos obligados a entrar a un minimarket, para que las personas se tranquilizaran.
En el minimarket Loly, las dos personas que lo atendían, se asustaron. La sra. Elena Peña y don Luis Castro, de 60 y 67 años respectivamente, no entendían bien que era lo que pasaba. Le explicamos que estábamos ahí por una entrevista. Hasta carné y credencial de estudiante tuvimos que mostrar para que al fin pudieran acceder a conversar con nosotros. “Es por un tema de seguridad” afirmaban a dúo.
Según estos propietarios de casas tipo Copeva, que a la vez cumple la función de negocio con el cual pueden subsistir. Comentan que “aquí en la población no pasa nada, son los de otros sectores quienes echan a perder el lugar”, sin embargo tienen un promedio de tres asaltos por año, lo que es poco para el lugar en el que viven.
“Aquí todos nos ayudamos, si pasa algo, pegamos un puro grito y los vecinos salen al rescate”. En eso tenía razón la sra. Elena, mientras conversábamos, por afuera del negocio se paseaban personas y miraban al interior para asegurarse que todo estuviera bien, los chiflidos afuera no cesaban. El miedo era cada vez mayor y nos vimos obligados a retirarnos lo más rápido del negocio y de la población.
Este debe ser uno de los problemas más frecuentes del periodista, ellos poseen un prejuicio ya formado sobre lo que acontece en los lugares marginales y por este modo cuando van a terreno, muchas veces se impone el prejuicio ante la objetividad. Cuando fuimos a la población, no pasó nada, pero nos vimos forzados a retirarnos puesto que los mismos residentes impusieron una presión sobre nosotros. Ellos cuidan lo poco que tienen y siempre viven desconfiados de lo poco familiar. Aquí a pesar que la globalización en el sentido consumista y comercial no se ha impuesto completamente, aún así tienen ciertos indicios de estos, como su individualidad. Aunque a la vez contradictoria, puesto que entre ellos mismos son muy solidarios.
08 mayo 2006
Jon Brion, simón tendrá que esperar...
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Una costumbre ya olvidada:
La historia tras las caretas
Parecieran estar viviendo sus últimos días. Las obras de teatro ya no son como antes en las que llenaban el lugar por completo. Actualmente viven una lucha por subsistir y que el deterioro no les pase la cuenta. Esta es la historia de un coloso que persevera y trata de mantenerse a flote, el teatro Cariola.
Sebastián Fuentes.
Hablar del teatro es como si les contáramos del Internet a nuestros bisabuelos. Para el imaginario colectivo de la juventud esta palabra ya casi no existe. Más de alguno seguramente lo visitó en su época escolar, para hacer un trabajo de universidad o simplemente por curiosidad.
En la actualidad, los colosos del siglo pasado, conviven con la velocidad y la inmediatez de nuestra sociedad. Hoy en día los teatros casi no cuentan con la ayuda del Estado y tienen que ingeniárselas para subsistir y permanecer vigentes.
El silencio aquí es de esos que duelen los oídos. Nada que ver con lo que pasa afuera, en San Diego, entre los vendedores de bicicletas, los casi extintos gritos de los niños en los juegos Diana y el ruido de los autos. Eso aquí no existe.
En la entrada están los afiches de las obras de Teatro, no hay gente. Avanzo un poco más y un fotógrafo toma las mejores imágenes de la arquitectura, aparte de él se encuentra un hombre sentado en la boletería. Lee el diario y no se preocupa mucho de lo que pasa afuera, detrás de la ventanilla el lugar es anacrónico, hay un calendario y fotos de 1950. La luz ilumina despacio, casi no se ve nada en el interior. El tipo me mira, se para y deja de leer. ”Mijito, hoy no hay función, mañana tampoco. Tal vez la próxima semana llegue algo para los escolares”. Le digo que mi interés es conocer el lugar. Luego, el asiente con la cabeza y sale de la salita en la que estaba.
Me invita a pasar a la recepción del teatro, prende las luces y de las oscuridades aparecen sillones, cuadros, placas de recuerdo y lámparas muy antiguas. En la altura colgaban unos candelabros que se veían demasiado pesados para el antiquísimo techo de madera, en donde la pintura se estaba desprendiendo.
Don Alfredo, quien me estaba mostrando el lugar, es barrendero, boletero, tramoyas y en muchas ocasiones a actuado en el teatro. Lleva trabajando aquí hace 55 años, conoció personalmente a Carlos Cariola, quien fue periodista, escritor, comentarista deportivo y el fundador del lugar.
Por los ojos de Alfredo han pasado muchas obras, conciertos y actores que han pisado este rincón. Se siente parte del teatro, y le da mucha tristeza ver que el coloso de San Diego, junto con él, van envejeciendo a la par.
En el recorrido por los cuadros del hall, Alfredo con tranquilidad al hablar, me cuenta que el teatro a principios año estuvo apunto de ser rematado por no pagar las contribuciones, también por falta del apoyo del Fondart el cual viene postulando hace un buen tiempo. El ex Presidente de la República autorizó el año pasado una subvención de diez millones de pesos que permitió arreglar sus baños y retapizar las butacas. Sin embargo, su cortinaje data de la misma inauguración de la sala, en 1954, y estas necesitan no una reparación sino un urgente cambio.
En eso tenía razón, cuando me mostró por fin el interior del teatro, todo estaba en muy mal estado. Detrás de cada asiento, hace muchos años atrás, tenían una plaquita que decía el nombre de algún colaborador del teatro y ese era su asiento reservado. En la actualidad, se las han robado y quedan muy pocas. La iluminación no es la mejor, faltan muchas luces y el Cariola no cuenta con los recursos para comprar más. Por lo tanto, las compañías que exponen sus obras donan ampolletas para mantener vivo, el ahora, lúgubre lugar.
Para poder subsistir el Teatro cuenta con dos academias de baile que ayudan al financiamiento: la Escuela de Danza Rosita Lagos (4 º piso) y The Latin Dance Studio (5 º nivel). Además, en período de clases se montan obras de teatro destinadas al público escolar, las que mantienen en cartelera clásicos como "El lazarillo de Tormes" o "Animas de día claro".
Pero Alfredo siente que a los jóvenes no los incentivan a venir al teatro. Cuenta que una vez dieron la Pérgola de las Flores para los estudiantes y cuando estos iban saliendo, él escuchó que preferían la música Axé o estar viendo el Mekano en sus casas. No los culpa, dice que el principal problema son los “medios de comunicación” que hacen que la juventud prefiera más las cosas de afuera que las propias.
El fantasma de la Opera.
Como es tradicional en los teatros, se cuentan historias de seres paranormales que se pasean por las tablas o que golpean los camarines. El teatro Cariola no se queda atrás, Don Alfredo me cuenta que muchos actores cuando ensayan dicen sentir voces y figuras que se mueven en los alrededores del escenario “A veces ha llegado tanto el susto en que han hecho sahumerios o cadenas de oración” afirma, entre estas personas figura el actor Claudio Reyes que en muchas ocasiones le tocó sentir ruidos en el lugar y le comentó a este viejo hombre de lentes que lleva toda una vida aquí “Hasta el nochero dice que ha sentido ruidos en la noche, pero yo en mis años de trabajo jamás me ha tocado vivir algo extraño. Muchos se cuestionan por la apariencia del lugar y se pasan películas, pero la verdad es que aquí no pasa nada”.
Sobre la apariencia del lugar tienen mucha razón para sugestionarse. Mientras recorríamos los oscuros camarines y los largos pasillos, estos daban para pensar que de pronto aparecería algo, que me dejaría helado y desaparecería por los pasajes subterráneos o por las infinitas puertas que tiene el interior del Cariola. Debajo del escenario hay un montón de pequeñas entradas que han sido tapadas y que con el tiempo han quedado herméticamente cerradas. Quién sabe, si dentro de una de ellas, se esconde el terrible fantasma que asusta a los actores. Para eso, hay que ir a ver el teatro.
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Una costumbre ya olvidada:
La historia tras las caretas
Parecieran estar viviendo sus últimos días. Las obras de teatro ya no son como antes en las que llenaban el lugar por completo. Actualmente viven una lucha por subsistir y que el deterioro no les pase la cuenta. Esta es la historia de un coloso que persevera y trata de mantenerse a flote, el teatro Cariola.
Sebastián Fuentes.
Hablar del teatro es como si les contáramos del Internet a nuestros bisabuelos. Para el imaginario colectivo de la juventud esta palabra ya casi no existe. Más de alguno seguramente lo visitó en su época escolar, para hacer un trabajo de universidad o simplemente por curiosidad.
En la actualidad, los colosos del siglo pasado, conviven con la velocidad y la inmediatez de nuestra sociedad. Hoy en día los teatros casi no cuentan con la ayuda del Estado y tienen que ingeniárselas para subsistir y permanecer vigentes.
El silencio aquí es de esos que duelen los oídos. Nada que ver con lo que pasa afuera, en San Diego, entre los vendedores de bicicletas, los casi extintos gritos de los niños en los juegos Diana y el ruido de los autos. Eso aquí no existe.
En la entrada están los afiches de las obras de Teatro, no hay gente. Avanzo un poco más y un fotógrafo toma las mejores imágenes de la arquitectura, aparte de él se encuentra un hombre sentado en la boletería. Lee el diario y no se preocupa mucho de lo que pasa afuera, detrás de la ventanilla el lugar es anacrónico, hay un calendario y fotos de 1950. La luz ilumina despacio, casi no se ve nada en el interior. El tipo me mira, se para y deja de leer. ”Mijito, hoy no hay función, mañana tampoco. Tal vez la próxima semana llegue algo para los escolares”. Le digo que mi interés es conocer el lugar. Luego, el asiente con la cabeza y sale de la salita en la que estaba.
Me invita a pasar a la recepción del teatro, prende las luces y de las oscuridades aparecen sillones, cuadros, placas de recuerdo y lámparas muy antiguas. En la altura colgaban unos candelabros que se veían demasiado pesados para el antiquísimo techo de madera, en donde la pintura se estaba desprendiendo.
Don Alfredo, quien me estaba mostrando el lugar, es barrendero, boletero, tramoyas y en muchas ocasiones a actuado en el teatro. Lleva trabajando aquí hace 55 años, conoció personalmente a Carlos Cariola, quien fue periodista, escritor, comentarista deportivo y el fundador del lugar.
Por los ojos de Alfredo han pasado muchas obras, conciertos y actores que han pisado este rincón. Se siente parte del teatro, y le da mucha tristeza ver que el coloso de San Diego, junto con él, van envejeciendo a la par.
En el recorrido por los cuadros del hall, Alfredo con tranquilidad al hablar, me cuenta que el teatro a principios año estuvo apunto de ser rematado por no pagar las contribuciones, también por falta del apoyo del Fondart el cual viene postulando hace un buen tiempo. El ex Presidente de la República autorizó el año pasado una subvención de diez millones de pesos que permitió arreglar sus baños y retapizar las butacas. Sin embargo, su cortinaje data de la misma inauguración de la sala, en 1954, y estas necesitan no una reparación sino un urgente cambio.
En eso tenía razón, cuando me mostró por fin el interior del teatro, todo estaba en muy mal estado. Detrás de cada asiento, hace muchos años atrás, tenían una plaquita que decía el nombre de algún colaborador del teatro y ese era su asiento reservado. En la actualidad, se las han robado y quedan muy pocas. La iluminación no es la mejor, faltan muchas luces y el Cariola no cuenta con los recursos para comprar más. Por lo tanto, las compañías que exponen sus obras donan ampolletas para mantener vivo, el ahora, lúgubre lugar.
Para poder subsistir el Teatro cuenta con dos academias de baile que ayudan al financiamiento: la Escuela de Danza Rosita Lagos (4 º piso) y The Latin Dance Studio (5 º nivel). Además, en período de clases se montan obras de teatro destinadas al público escolar, las que mantienen en cartelera clásicos como "El lazarillo de Tormes" o "Animas de día claro".
Pero Alfredo siente que a los jóvenes no los incentivan a venir al teatro. Cuenta que una vez dieron la Pérgola de las Flores para los estudiantes y cuando estos iban saliendo, él escuchó que preferían la música Axé o estar viendo el Mekano en sus casas. No los culpa, dice que el principal problema son los “medios de comunicación” que hacen que la juventud prefiera más las cosas de afuera que las propias.
El fantasma de la Opera.
Como es tradicional en los teatros, se cuentan historias de seres paranormales que se pasean por las tablas o que golpean los camarines. El teatro Cariola no se queda atrás, Don Alfredo me cuenta que muchos actores cuando ensayan dicen sentir voces y figuras que se mueven en los alrededores del escenario “A veces ha llegado tanto el susto en que han hecho sahumerios o cadenas de oración” afirma, entre estas personas figura el actor Claudio Reyes que en muchas ocasiones le tocó sentir ruidos en el lugar y le comentó a este viejo hombre de lentes que lleva toda una vida aquí “Hasta el nochero dice que ha sentido ruidos en la noche, pero yo en mis años de trabajo jamás me ha tocado vivir algo extraño. Muchos se cuestionan por la apariencia del lugar y se pasan películas, pero la verdad es que aquí no pasa nada”.
Sobre la apariencia del lugar tienen mucha razón para sugestionarse. Mientras recorríamos los oscuros camarines y los largos pasillos, estos daban para pensar que de pronto aparecería algo, que me dejaría helado y desaparecería por los pasajes subterráneos o por las infinitas puertas que tiene el interior del Cariola. Debajo del escenario hay un montón de pequeñas entradas que han sido tapadas y que con el tiempo han quedado herméticamente cerradas. Quién sabe, si dentro de una de ellas, se esconde el terrible fantasma que asusta a los actores. Para eso, hay que ir a ver el teatro.
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