Tercera Parte
Sin darnos cuenta habíamos llegado a la discotheque donde pinchaba discos Simón. Estábamos afuera de la Andrógenos, no era top pero tenía su estilo particular. Las luces de neón le daban todo el toque necesario para parecer un antro de mala muerte.
El dueño, Lucas Milosevich, era un exiliado de la antigua Yugoslavia, la de Tito. Llegó a Chile a fines de los setentas y se instaló en plena Plaza Italia, donde por aquel entonces se movía de todo a oscuras. Trajo consigo a un par de niñas rusas que servían de prostitutas en el local, servían comida de día y su cuerpo se regalaba por unas piscolas de noche.
Los personajes más distinguidos del mundo político iban al lugar, ahí se les atendía bien y todo quedaba en secreto, tenía dos entradas con estacionamientos. Varias veces fue allanado, pero las influencias corrían por ese entonces, los brazos derechos del dictador funcionaban a la perfección. Eso sí, las salvadas de pellejo a Milosevich le costaban caro, la coca corría por cuenta de la casa.
Todo se acabó cuando llegó la rumana, según el dueño, que es amigo íntimo de Simón, le había contado que era preciosa, su figura era digna para una miss mundo, sus ojos verdes agua dejaban a todos los clientes vueltos locos. Hacía un par de topless los días jueves y el local se llenaba, era un éxito total esta mujer.
Un día, cuando le tocaba atender al público, le ofrecieron un trago. Ella como de costumbre aceptó, era la norma implantada en el local “Siempre una buena atención”. Se sentó junto al tipo y conversaron una media hora, la piscola de la rumana se la había tomado completa, pero no sabía que iba a ser la última.
Luego pasaron al privado y ahí jalaron un poco de coca. Luego se envolvieron en el sexo, después ella quiso cobrarle el servicio, pero el optó por dejarse caer a golpes. Le tiró acido en la cara y le hizo puré el estomago a puñetazos. Cuando agonizaba la violó, esta vez fue distinta a la primera, la amarró y le metió una botella de cerveza por la vagina. Cuando ya no daba más, la ahorcó con el cinturón. Fue tanta la rabia que tenía este hombre por la droga que se durmió al lado de ella.
Al día siguiente fueron encontrados dos cuerpos en una cama con las sabanas cubiertas en sangre. Él murió por sobredosis, ella por un macabro homicidio. El incidente pasó a mayores, la prensa sensacionalista llenó las portadas de los diarios. El tipo que había muerto era el dueño de las empresas Fürteck, una de las más importantes en la venta de insumos eléctricos. Fue uno de los tantos que ayudó al gobierno a sacarlos de la crisis que estaba sobrellevando el país.
Lucas tuvo que cerrar, estuvo en la cárcel un par de años y luego abrió a principios de los noventa. Su error fue ponerle el mismo nombre al local. El Andrógenos tenía su historia, las generaciones pasadas sabían lo que había ocurrido en el lugar, la sangre todavía se palpaba en las paredes. Los que llenaban ahora el lugar eran solo adolescentes que no tenían ni la más mínima idea de lo que era la muerte, a ellos no les importaba nada, con suerte sabían quien era el presidente. Eran adictos al televisor y al computador. Eran vagos en una red de información.
-¿Andas con los free pass que te pasó el Simón? Preguntó el Flaco mientras cerraba el auto.
- Eso da lo mismo, es cosa de decir que lo conocemos y listo. Respondí.
Cruzamos la calle y llegamos a la entrada.
Un gorila de dos metros que hacía de guardia custodiaba la puerta. Usaba una polera apretada y sus músculos parecían estar inflados con helio. De su oreja colgaba unos audífonos por los que recibía órdenes en código. Si tuviese que pelear con alguien, definitivamente no sería con él, parece sacado de la lucha libre, al puro estilo todo vale.