Post Mortem
Cuándo entró carabineros y los familiares, el olor era imposible. La cocina hecha mierda, la leche putrefacta, comenzaban a salir los primeros gusanos de la descomposición de los alimentos. Las cortinas cerradas hacían el escenario escabroso, con todos los hedores acumulados y un calor y un claustrofóbico departamento dejaba mucho que desear del dueño.
José Martínez, el teniente a cargo del peritaje, buscaba como perro sabueso pistas que pudieran esclarecer el suicidio de Ramón Gajardo, guitarrista, en realidad ex guitarrista del famoso grupo Nómade. Martínez no era fanático de la música muy estridente, al contrario, prefería relajarse con alguna cumbia o canción romántica de moda. Siempre, desde niño, tuvo el sueño de hacerse estrella musical.
Mientras recorría el living de Gajardo y pasaba por la colección de vinilos, al teniente se le venía a la mente aquellas tardes que pasaba sentado junto con su mamá escuchando a Camilo Sesto en el toca disco, como repetía los movimientos, el timbre de voz, todo. Pero su padre lo encontraba de maricones el andar imitando tonteras. José no decidió entrar a carabineros, su padre decidió por él.
-Mi teniente, creo que encontramos algo – gritó desde el baño uno de los cabos.
Martínez ya sabía lo que se encontraría cuando cruzara el umbral del baño. La escena la tenía repetida en su mente.
-¿Qué hacemos con el cuerpo mi teniente?- preguntó el cabo con asco y con un rostro que pedía a gritos que por favor no le hicieran mover el cuerpo.
-qué cree usted, tarado, llame al servicio médico legal – respondió – que triste como este cabro desaprovechó su oportunidad. Pendejo hueón – agregó molesto por la escena. Gajardo estaba colgado con los cables de la luz del techo, había hecho un hoyo para poder tener cable suficiente para ahorcarse, “eso le debería haber tomado un buen tiempo. Este cabro estaba decidido, no me cabe la menor duda” pensó Martínez.
Bajo el cuerpo, el excremento y los intestinos colgaban como una piñata. El oficial se sentó en la tapa del wáter y lo observó, miró el rostro de espanto, el rostro hinchado y los ojos inyectados en sangre. La imagen se le repetía una y otra vez, se acordó de su padre, el hombre que lo obligó a ser carabinero, que lo crucificó para toda la vida, que lo obligó a ser adulto.
Martínez tomó un par de fotos para los peritajes posteriores, fue al living y le pidió a la familia que se retirara, que el servicio médico legal llegaría en cualquier momento y que en un par de días el cuerpo les sería entregado para que le dieran sepultura. Cuando quedó sólo con un par de cabos, volvió al baño, movió el cuerpo y revisó los bolsillos de Gajardo, había cien mil pesos.
-esto es por el mal rato cabrito- le dijo al muerto en voz alta, mientras se guardaba el fajo de billetes en el bolsillo.
Se miró al espejo y se aprovechó de peinar, estaba molesto. Sentía rabia por el rockero, por cómo había desperdiciado la oportunidad de seguir triunfando, de haberse quedado ahí, a medias. Volvió a acordarse de Roberto Martínez, su padre, de cuando llegaba a la casa por las tardes, hediondo a trago, cuando alegaba porque la comida no le gustaba. Cuando le tomó los vinilos de Camilo Sesto y la colección de Sandro y los vendió como basura en el persa. La plata que ganó se la tomó y le regaló a José unos zapatos de futbol.
-Pa’ que te vayai’ haciendo hombre hueoncito – le dijo Roberto.
- Roberto no tienes porque ser así con el niño, si es su música. Déjalo ser – salía a la defensa su mamá.
-Cállate hueona, anda hacerme la comía mejor, en vez de andar defendiéndole la música de maricuecas a este cabro – respondió Roberto, - cuando seai’ grande, paco te voy a hacer, pa’ que aprendai’ a hacerte hombre – agregó mirando a un José delgado y con los ojos perdidos en los zapatos recién regalados.
El teniente bajó las escaleras y se preparó para recibir a la prensa.
-No hay declaraciones –dijo, parando en seco toda la masa de preguntas que se le venían encima.
Subió a la patrulla de copiloto y miró al oficial recién egresado de la escuela de carabineros.
-¿Para dónde vamos mi teniente?- Preguntó el joven algo nervioso.
-Acelera no más - respondió.
Pasado un rato llegaron a las afueras de Santiago, cerca de Buin, a una casa que apenas se afirmaba, con la pintura de la fachada descascarada. La casa de los padres de Martínez. El teniente subió el volumen a la música del radio patrulla y le dijo a su chofer que no se bajara del auto.
-Para dónde va mi teniente- preguntó el joven oficial.
- A esa casa, llama a la central y reporta un homicidio – respondió.
-Pero…-
-Nada de peros, haz lo que te digo-
Martínez se bajó del auto, revisó las balas de su revólver de servicio marca FAMAE y le quitó 5 balas, dejó sólo una echada a la suerte.
Tocó la puerta.
-¡Roberto! - gritó - ¡Llegó tu cantante favorito!- agregó.
La puerta se abrió y se cerró de un solo golpe, pero más fuerte fue el sonido que quebró con la tranquilidad de la población y que hizo apagar a Sandro de la radio patrulla.
Mientras recorría el living de Gajardo y pasaba por la colección de vinilos, al teniente se le venía a la mente aquellas tardes que pasaba sentado junto con su mamá escuchando a Camilo Sesto en el toca disco, como repetía los movimientos, el timbre de voz, todo. Pero su padre lo encontraba de maricones el andar imitando tonteras. José no decidió entrar a carabineros, su padre decidió por él.
-Mi teniente, creo que encontramos algo – gritó desde el baño uno de los cabos.
Martínez ya sabía lo que se encontraría cuando cruzara el umbral del baño. La escena la tenía repetida en su mente.
-¿Qué hacemos con el cuerpo mi teniente?- preguntó el cabo con asco y con un rostro que pedía a gritos que por favor no le hicieran mover el cuerpo.
-qué cree usted, tarado, llame al servicio médico legal – respondió – que triste como este cabro desaprovechó su oportunidad. Pendejo hueón – agregó molesto por la escena. Gajardo estaba colgado con los cables de la luz del techo, había hecho un hoyo para poder tener cable suficiente para ahorcarse, “eso le debería haber tomado un buen tiempo. Este cabro estaba decidido, no me cabe la menor duda” pensó Martínez.
Bajo el cuerpo, el excremento y los intestinos colgaban como una piñata. El oficial se sentó en la tapa del wáter y lo observó, miró el rostro de espanto, el rostro hinchado y los ojos inyectados en sangre. La imagen se le repetía una y otra vez, se acordó de su padre, el hombre que lo obligó a ser carabinero, que lo crucificó para toda la vida, que lo obligó a ser adulto.
Martínez tomó un par de fotos para los peritajes posteriores, fue al living y le pidió a la familia que se retirara, que el servicio médico legal llegaría en cualquier momento y que en un par de días el cuerpo les sería entregado para que le dieran sepultura. Cuando quedó sólo con un par de cabos, volvió al baño, movió el cuerpo y revisó los bolsillos de Gajardo, había cien mil pesos.
-esto es por el mal rato cabrito- le dijo al muerto en voz alta, mientras se guardaba el fajo de billetes en el bolsillo.
Se miró al espejo y se aprovechó de peinar, estaba molesto. Sentía rabia por el rockero, por cómo había desperdiciado la oportunidad de seguir triunfando, de haberse quedado ahí, a medias. Volvió a acordarse de Roberto Martínez, su padre, de cuando llegaba a la casa por las tardes, hediondo a trago, cuando alegaba porque la comida no le gustaba. Cuando le tomó los vinilos de Camilo Sesto y la colección de Sandro y los vendió como basura en el persa. La plata que ganó se la tomó y le regaló a José unos zapatos de futbol.
-Pa’ que te vayai’ haciendo hombre hueoncito – le dijo Roberto.
- Roberto no tienes porque ser así con el niño, si es su música. Déjalo ser – salía a la defensa su mamá.
-Cállate hueona, anda hacerme la comía mejor, en vez de andar defendiéndole la música de maricuecas a este cabro – respondió Roberto, - cuando seai’ grande, paco te voy a hacer, pa’ que aprendai’ a hacerte hombre – agregó mirando a un José delgado y con los ojos perdidos en los zapatos recién regalados.
El teniente bajó las escaleras y se preparó para recibir a la prensa.
-No hay declaraciones –dijo, parando en seco toda la masa de preguntas que se le venían encima.
Subió a la patrulla de copiloto y miró al oficial recién egresado de la escuela de carabineros.
-¿Para dónde vamos mi teniente?- Preguntó el joven algo nervioso.
-Acelera no más - respondió.
Pasado un rato llegaron a las afueras de Santiago, cerca de Buin, a una casa que apenas se afirmaba, con la pintura de la fachada descascarada. La casa de los padres de Martínez. El teniente subió el volumen a la música del radio patrulla y le dijo a su chofer que no se bajara del auto.
-Para dónde va mi teniente- preguntó el joven oficial.
- A esa casa, llama a la central y reporta un homicidio – respondió.
-Pero…-
-Nada de peros, haz lo que te digo-
Martínez se bajó del auto, revisó las balas de su revólver de servicio marca FAMAE y le quitó 5 balas, dejó sólo una echada a la suerte.
Tocó la puerta.
-¡Roberto! - gritó - ¡Llegó tu cantante favorito!- agregó.
La puerta se abrió y se cerró de un solo golpe, pero más fuerte fue el sonido que quebró con la tranquilidad de la población y que hizo apagar a Sandro de la radio patrulla.
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