Deja Vu
Era el tercer cigarro que me fumaba, quería acabar luego la cajetilla de Lucky Strike. Estaba añeja, no sabía cuanto tiempo llevaba ahí. Quizás una semana, quizás más. Mientras le pegaba la última calada al cigarro, mi celular sonó.
-¿Aló? Pregunté
-Wena hueon, hace tiempo que no te veo. ¿Juntémonos? Respondió la voz del otro lado del auricular. La verdad, no tenía ni la más mínima idea de quien era.
-No sé, no tengo muchas ganas de salir.
-Ven po hueon, no te amariconí. Está el Nico, el Flaco y los de siempre.
-Ah, ¿Mauricio? Creo que ya sabía con quien estaba hablando.
-Y con quien mas po hueon. Ya, ¿vienes? para ir a comprar al supermercado antes que lo cierren. Te espero en mi casa.
-Ya, voy para allá.
-Ok, Chao.
-Chao.
Mauricio es un chico de Calama que llegó hace poco a Santiago. Estudia Odontología en una Universidad Privada y se la pasa toda la semana estudiando los dientes de un cráneo que su papá le mandó del norte. Según él, se lo consiguió por ahí. Según yo, lo compró en el cementerio de allá de Calama, en esas fosas comunes, donde echan a todos los vagos o los muertos que nadie quiere.
Es buena gente, es que primera vez que me llamaba para salir a carretear. Nico lo hace generalmente o Matías en algunos casos. Pero esta la primera vez que él lo hacía.
Apagué la colilla del cigarro, que ya estaba empezando a quemarme los dedos. Dejé la guitarra a un lado, antes que de me sonara el celular estaba tocando cualquier estupidez. Siempre cuando toco o pienso en tocar algo, se me olvidan todas las ideas de la cabeza, las composiciones. Siempre tengo sinfonías en la mente o se me ocurren melodías, pero no sé como llevarlas a la guitarra. Así nunca se puede lograr nada, como cuando era chico y lograba hacer algo que el resto no podía, al momento de mostrárselo a todos los espectadores nunca resultaba. Al final, era tanto el nerviosismo, que tenía que pedir que no me miraran para poder hacer la gracia.
Me levanté de mi cama, pesqué la chaqueta de jeans, la que estaba bien gastada y llena de parches y saqué la bufanda de los cajones de la cómoda. No sé porqué, pero decidí dejar la billetera en la casa con el carné y todos los documentos. Si me lo pedían los carabineros, seguro me iba detenido y de ahí un buen hueveo para que me sacaran. Por lo menos, toda una noche dentro o a lo mejor menos si mis viejos despiertan y van a la comisaría a sacarme.
Tomé las llaves y salí de la casa. Mauricio vivía a tres cuadras, así que me puse a caminar. Saqué el penúltimo cigarro de los Luckys y lo encendí. Hacía frío y el cielo estaba muy cerrado. Se podía ver, a ratos, la luna en la lejanía. Estaba rosada, como el sol cuando atardece. La calle estaba vacía, no había ninguna persona alrededor que me molestara pidiéndome fuego o plata. La vereda y todo el resto del lugar, hasta las rejas de las casas, era mío. Mi territorio.
Estaba algo distraído, pensando en que tenía que comprar cigarros y tratando de terminarme los que me quedaban. Cuando por la calle cruzó un tipo de no más de diecisiete años, estaba asustado y caminaba rápido, me miró y siguió su camino por la calle principal. No le tomé mucha importancia, así que me puse a mirar el suelo como de costumbre. Salí del pasaje de mi casa y doble por la calle principal, iba escuchando un bullicio poco particular que se acercaba lentamente. La curiosidad me mató, miré al frente y me encontré a unos cien metros con unos veinte flaytes, quizás eran más. Uno me señaló y empezaron a caminar hacía mi. Me di media vuelta y me puse a caminar en dirección a mi casa nuevamente. Cuando doblé, nuevamente por mi pasaje, sentía que venían siguiéndome. Ahora ellos eran los dueños de la calle, se apoderaban de todo lo que estaba a su alrededor, se llevaban cuanto cruzara a su paso.
Corrí desesperado, pensaba en no mirar hacía atrás pero la duda era más grande. No había nadie, pero igual tenía miedo.
Llegué a mi casa y saqué las llaves de mi bolsillo para abrir la reja, estaba tan nervioso que no le achuntaba a la chapa, se me resbalaron y cayeron. Las recogí, cerré los ojos, respiré profundo, logré abrirla.
Me quedé en la entrada esperando que pasara algo, que llegaran hasta mi casa y me dijeran algún par de puteadas. El cigarro aún no me abandonaba, le quedaba un poco menos de la mitad, así que me puse a fumar para relajarme. Pensaba en el grupo de flaytes, la imagen se me venía a cada rato a la cabeza, el tipo apuntándome y toda la tropa siguiéndome.
De pronto, escuché un balazo que rompió todo el silencio de la noche, el ruido se prolongó por un rato, se iba expandiendo el sonido por el cielo oscuro y gris. Luego vino otro y pasó lo mismo. Mi corazón estaba a mil, mis manos transpiraban helado y me daban escalofríos. Con los dos disparos me había pegado un salto. Apagué el cigarro y comencé a escuchar, a lo lejos, el ruido de una moto. Ese ruido entrecortado que tiene el tubo de escape, el característico de las motos de carabineros. Luego se sentían dos, después tres y así iban componiendo una sinfonía, como las de mi cabeza.
Entré a mi casa asustado, tome la guitarra nuevamente y traté de tocar. No podía, el miedo se había apoderado de mi, estaba temblando entero y tenía un nudo en la boca de estomago. En eso, el celular suena nuevamente.
-Oye hueon ¿vas a venir o no?
-No puedo, no me dejaron. Respondí con la voz algo cortada.
-Y porque, que huea te pasó.
-Nada, mañana tengo hora al Oftalmólogo, seguramente me van a cambiar los lentes. Ahora estoy viendo como el pico. Además, la hora es a las ocho de la mañana.
-Puta hueon, a vo no más se te ocurre pedir horas tan temprano. Cagó tu viernes, no vai a poder salir.
-Para que veas.
-Ya, cuídate. Nos tomamos las chelas por ti. Chao.
-Ok. Chao.
Ahora el nudo del estomago se me había pasado a la garganta, no sabía si llorar o ponerme a gritar. Estaba desesperado. Lo que pasó en la calle después que me entré era un misterio. Pero era fácil de imaginar, como cuando uno sabe el final de la película. En mi mente, era poner play y tenía todas las imágenes de los que había pasado después. Tenía miedo, no quería volver a salir a la calle. Me di cuenta que Santiago es tierra de nadie, es como el Far West. Pero Clint Eastwood no era el protagonista, éramos nosotros los que salen todas las noches a jugar a los vaqueros, a correr el riesgo de que algo malo nos pase. Sonó el celular nuevamente.
-¿Aló? Pregunté.
-Soñé contigo, me acabo de despertar transpirada. Súper cansada.
-¿Que soñaste?
-Que te perseguían, que mirabas hacía atrás y un millón de cosas corrían detrás de ti. Tenías miedo, corrías tanto que te perdías en la oscuridad de la noche.
-¿Enserio?
-Sí, fue atroz, desperté asustada ¿Estás bien?
-Aló, ¿Estás bien?
-Aló ¿Estás ahí?
Luego, corté.
-¿Aló? Pregunté
-Wena hueon, hace tiempo que no te veo. ¿Juntémonos? Respondió la voz del otro lado del auricular. La verdad, no tenía ni la más mínima idea de quien era.
-No sé, no tengo muchas ganas de salir.
-Ven po hueon, no te amariconí. Está el Nico, el Flaco y los de siempre.
-Ah, ¿Mauricio? Creo que ya sabía con quien estaba hablando.
-Y con quien mas po hueon. Ya, ¿vienes? para ir a comprar al supermercado antes que lo cierren. Te espero en mi casa.
-Ya, voy para allá.
-Ok, Chao.
-Chao.
Mauricio es un chico de Calama que llegó hace poco a Santiago. Estudia Odontología en una Universidad Privada y se la pasa toda la semana estudiando los dientes de un cráneo que su papá le mandó del norte. Según él, se lo consiguió por ahí. Según yo, lo compró en el cementerio de allá de Calama, en esas fosas comunes, donde echan a todos los vagos o los muertos que nadie quiere.
Es buena gente, es que primera vez que me llamaba para salir a carretear. Nico lo hace generalmente o Matías en algunos casos. Pero esta la primera vez que él lo hacía.
Apagué la colilla del cigarro, que ya estaba empezando a quemarme los dedos. Dejé la guitarra a un lado, antes que de me sonara el celular estaba tocando cualquier estupidez. Siempre cuando toco o pienso en tocar algo, se me olvidan todas las ideas de la cabeza, las composiciones. Siempre tengo sinfonías en la mente o se me ocurren melodías, pero no sé como llevarlas a la guitarra. Así nunca se puede lograr nada, como cuando era chico y lograba hacer algo que el resto no podía, al momento de mostrárselo a todos los espectadores nunca resultaba. Al final, era tanto el nerviosismo, que tenía que pedir que no me miraran para poder hacer la gracia.
Me levanté de mi cama, pesqué la chaqueta de jeans, la que estaba bien gastada y llena de parches y saqué la bufanda de los cajones de la cómoda. No sé porqué, pero decidí dejar la billetera en la casa con el carné y todos los documentos. Si me lo pedían los carabineros, seguro me iba detenido y de ahí un buen hueveo para que me sacaran. Por lo menos, toda una noche dentro o a lo mejor menos si mis viejos despiertan y van a la comisaría a sacarme.
Tomé las llaves y salí de la casa. Mauricio vivía a tres cuadras, así que me puse a caminar. Saqué el penúltimo cigarro de los Luckys y lo encendí. Hacía frío y el cielo estaba muy cerrado. Se podía ver, a ratos, la luna en la lejanía. Estaba rosada, como el sol cuando atardece. La calle estaba vacía, no había ninguna persona alrededor que me molestara pidiéndome fuego o plata. La vereda y todo el resto del lugar, hasta las rejas de las casas, era mío. Mi territorio.
Estaba algo distraído, pensando en que tenía que comprar cigarros y tratando de terminarme los que me quedaban. Cuando por la calle cruzó un tipo de no más de diecisiete años, estaba asustado y caminaba rápido, me miró y siguió su camino por la calle principal. No le tomé mucha importancia, así que me puse a mirar el suelo como de costumbre. Salí del pasaje de mi casa y doble por la calle principal, iba escuchando un bullicio poco particular que se acercaba lentamente. La curiosidad me mató, miré al frente y me encontré a unos cien metros con unos veinte flaytes, quizás eran más. Uno me señaló y empezaron a caminar hacía mi. Me di media vuelta y me puse a caminar en dirección a mi casa nuevamente. Cuando doblé, nuevamente por mi pasaje, sentía que venían siguiéndome. Ahora ellos eran los dueños de la calle, se apoderaban de todo lo que estaba a su alrededor, se llevaban cuanto cruzara a su paso.
Corrí desesperado, pensaba en no mirar hacía atrás pero la duda era más grande. No había nadie, pero igual tenía miedo.
Llegué a mi casa y saqué las llaves de mi bolsillo para abrir la reja, estaba tan nervioso que no le achuntaba a la chapa, se me resbalaron y cayeron. Las recogí, cerré los ojos, respiré profundo, logré abrirla.
Me quedé en la entrada esperando que pasara algo, que llegaran hasta mi casa y me dijeran algún par de puteadas. El cigarro aún no me abandonaba, le quedaba un poco menos de la mitad, así que me puse a fumar para relajarme. Pensaba en el grupo de flaytes, la imagen se me venía a cada rato a la cabeza, el tipo apuntándome y toda la tropa siguiéndome.
De pronto, escuché un balazo que rompió todo el silencio de la noche, el ruido se prolongó por un rato, se iba expandiendo el sonido por el cielo oscuro y gris. Luego vino otro y pasó lo mismo. Mi corazón estaba a mil, mis manos transpiraban helado y me daban escalofríos. Con los dos disparos me había pegado un salto. Apagué el cigarro y comencé a escuchar, a lo lejos, el ruido de una moto. Ese ruido entrecortado que tiene el tubo de escape, el característico de las motos de carabineros. Luego se sentían dos, después tres y así iban componiendo una sinfonía, como las de mi cabeza.
Entré a mi casa asustado, tome la guitarra nuevamente y traté de tocar. No podía, el miedo se había apoderado de mi, estaba temblando entero y tenía un nudo en la boca de estomago. En eso, el celular suena nuevamente.
-Oye hueon ¿vas a venir o no?
-No puedo, no me dejaron. Respondí con la voz algo cortada.
-Y porque, que huea te pasó.
-Nada, mañana tengo hora al Oftalmólogo, seguramente me van a cambiar los lentes. Ahora estoy viendo como el pico. Además, la hora es a las ocho de la mañana.
-Puta hueon, a vo no más se te ocurre pedir horas tan temprano. Cagó tu viernes, no vai a poder salir.
-Para que veas.
-Ya, cuídate. Nos tomamos las chelas por ti. Chao.
-Ok. Chao.
Ahora el nudo del estomago se me había pasado a la garganta, no sabía si llorar o ponerme a gritar. Estaba desesperado. Lo que pasó en la calle después que me entré era un misterio. Pero era fácil de imaginar, como cuando uno sabe el final de la película. En mi mente, era poner play y tenía todas las imágenes de los que había pasado después. Tenía miedo, no quería volver a salir a la calle. Me di cuenta que Santiago es tierra de nadie, es como el Far West. Pero Clint Eastwood no era el protagonista, éramos nosotros los que salen todas las noches a jugar a los vaqueros, a correr el riesgo de que algo malo nos pase. Sonó el celular nuevamente.
-¿Aló? Pregunté.
-Soñé contigo, me acabo de despertar transpirada. Súper cansada.
-¿Que soñaste?
-Que te perseguían, que mirabas hacía atrás y un millón de cosas corrían detrás de ti. Tenías miedo, corrías tanto que te perdías en la oscuridad de la noche.
-¿Enserio?
-Sí, fue atroz, desperté asustada ¿Estás bien?
-Aló, ¿Estás bien?
-Aló ¿Estás ahí?
Luego, corté.
4 comentarios:
Estoy segura q los producidos, serán igual o incluso más buenos q los cortos.. :) ...
Ya di mi opinión de éste... quedé como 8/
*PI*
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I like it! Keep up the good work. Thanks for sharing this wonderful site with us.
»
pendejo de mierda .... me asusté... alomejor lo uso como mnologo y trabajo final de un ramo.... te extraño... extraño verte... tu sonrisa.... besos, LIliana.
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