12 octubre 2007

El grito de Dover


Por Sebastián Fuentes.


No acostumbro a ir a funerales, menos cuando son tan fulminantes como este. Nadie se los esperó, supongo que ni Jorge Trejos, el difunto, esperaba morir de esa forma tan macabra y sin previo aviso. Sin duda hay algo que no cuadra en esta historia, son los tiempos, y la inusual forma de como manejaron la situación. Murió ayer a las dos de la tarde y lo están enterrando hoy a las tres, trece horas después. Raro.

Inés Carrasco, mujer de Jorge, venía llegando de sacar unos bonos para los chequeos anuales de su marido de 54 años. Eran una pareja callada, nadie los conocía muy a fondo, a excepción de los nuevos vecinos del pasaje que residen en la casa continua a la del matrimonio con los cuales habían entablado una amistad formal.

Tanto Inés como Jorge se conocieron tarde, cuando Inés ya no podría entregarle ningún hijo por su edad. No decidieron intentar ningún método, los dos solteros y sin hijos previos decidieron probar suerte con la vida matrimonial y ellos como única compañía, en una casa que a ratos se les hacía demasiado grande para los dos. Demasiado silenciosa.

El grito fatal quebró la acostumbrada tranquilidad de los días de semana en el pasaje Dover de la comuna de la Florida. Inés, aún con los papeles de la Isapre en la mano, quedó pasmada frente a la imagen de su marido en silencio. Primero lo llamó por su nombre, después con los nombres que le decía por cariño. No había respuesta. Inés recorrió toda la casa y nada. Decidió pasar por las piezas que no se habrían nunca, las de visitas, y ahí estaba, morado, con cara de pánico, la boca abierta y mirando al vacío. El grito se pudo escuchar de toda la cuadra. Afuera la gente se daba cuenta que algo se descuadraba en la monotonía.

Inés entró en shock. Perdió el control por un momento, cuando levantó el teléfono y se percató que no tenía tono. Había olvidado pagarlo la semana pasada. Se acordó de los vecinos y corrió a la casa del lado.

A la hora después una ambulancia del Samu se llevaba el cuerpo sin vida de Jorge, cubierto con un plástico negro, se dirigía a la Funeraria para que lo metieran luego al féretro. Cuando ella llegó donde los vecinos, lo primero que hizo fue llamar a su hermano doctor, para que lo viera. En diez minutos estaba en el lugar, entró solo, luego ella y de apoco le contaba a su vecina que su marido ya no estaba morado, sino verde. Su hermano dijo que ya no había caso, que él se encargaría de todos los trámites.

A las 7 de la tarde, cinco horas después de su muerte, ya lo estaban velando. En la parroquia no habían familiares de Jorge, según Inés, no tenía, era solo. Los únicos llantos, que sólo se escucharon en un principio, fueron de su mujer, el resto se dedicaba a acompañar.
Al día siguiente estaba obligado a acompañar a mis vecinos al funeral, a mi novia en realidad, que fue quien le prestó el teléfono a Inés. Sentía cierta responsabilidad con estar ahí. En el momento del accidente, jamás llegó carabineros y tampoco fue a parar al servicio medico legal. Jorge, sin parientes, murió de una extraña manera; ataque a la vesícula determinó el doctor hermano de Inés. Nunca había visto un muerto en mi vida, hasta ese momento, pero más que un ataque a la vesícula parecía haberse ahogado. El servicio medico legal nunca supo de esta muerte. Al menos eso sé.

03 octubre 2007

Lo más sutil de Alamedas, le siguen achuntando a las letras, esta me llega a ratos. Bunisima

les dejo el link para que lo vean y me comentan.