Carrozas de Sangre
Todas las noches esperábamos, tranquilos y en silencio, el paso de la diligencia. Los González por un lado y nosotros los Carreño por el otro. Con lo rifles, pesados por el metal y su madera, apuntando, apuntando el vacío de la noche. Silencio. Los árboles se quebraban con la fuerza del viento. Los caballos entrenados para soportar el tedioso momento, esperaban tranquilos.
- Fiuh, qué pa` allá abajo gancho- gritó uno de los González.
-Shht. No sea estupido, no ve que cuarquier momento llega la dirigencia- contestó uno de los míos.
El silencio era siempre el compañero de las noches. Los botines siempre se repartían en partes iguales, tanto para nosotros como para los González, y un tercio de eso iba para la causa independentista. Más que mal le robábamos a los Realistas.
-¡Ahí vienen primo!
-¡Apunta en silencio, mierda!- respondí.
El carruaje venía vacío. Lo hicimos parar, los caballos estaban vueltos locos, relinchaban nerviosos, pareciera que algo les había pasado antes del cruce.
-Que pasa ñore`- me preguntaron.
- No sé Luchín, pero me huele a que algo anda mal acá- contesté.
- Que uno de los González abra la carreta pueh`, no son tan choritos – habló uno de mis cuatreros.
- Táte callao Juancho no ví` que esto se teje mal, pa` mí que jue la muerte - contestó Ramón González, el líder de la familia – mira como están los caballos, endemoniaos-, agregó.
Uno de los míos abrió la puerta y sólo encontraron cajas vacías, la carne de los soldados estaba pegada a la pared. La sangre escurría espesa y las entrañas adornaban el carruaje al interior. Uno de ellos tenía la cabeza reventada, la mandíbula dislocada y sus ojos estaban reventados, envueltos en un espeso líquido blanquecino. El olor era putrefacto.
- Er coluo obró aquí ñoré – dijo Ramón – mire como están no ma`, ni un animar hace eso- agregó.
- Respeto a la noche ñore, yo le dije ya, hace ratito que teníamos que cortarla artirito con la cutión, así nos responden los de arriba – habló Luchín.
Decidimos ir al escondite, le rezamos a la Virgen y nos encomendamos a los Santos. Esa noche se prendió un fogón y matamos un chivo, todos bebimos su sangre, el niachi. Fuimos a nuestras chozas y abrazamos a nuestras señoras y a nuestros hijos, nos regresaron todos nuestros demonios y las creencias muertas. El día de San Juan llovió Toda la noche