11 octubre 2005

Si ayudo a una sola persona a tener esperanza, no habré vivido en vano.

Ahí en la Victoria
Valparaíso es grande, su gente y cultura también. Es tan grande que se pierde entre los cerros y el mar. Ahí ya casi nadie sabe donde termina ni tampoco con certeza donde empieza. Bajo la arena supongo que también debe haber mar. Valparaíso es tan grande que sus calles desparecen con la noche y sus pequeñas lucecitas iluminan el vacío.
Un día caminando, creí ver a mi abuelo. Años sin cruzar una palabra. Supongo que no me reconoció, así que me di la vuelta y trate de seguirlo. De pronto desapareció con la multitud. Dicen que todas las personas tienen un doble en el mundo, tal vez esta fue la ocasión. Me habían contado que él ya había fallecido hace mucho tiempo atrás.
Ya cansado, decidí ir a sentarme a la plaza de la Victoria. Se supone que ese es el centro de Valparaíso, pero aquí todo parece ser el principio de todo. Tan solo me senté en unas banquitas y me deje claudicar por la humanidad...
A la distancia había un hombre, el parecido a mi era demasiado, estaba sentado con una bolsa de papel de donde sacaba los ideales para lanzárselos a las palomas, ahí estaba él, mi padre. Estaba seguro que lo era y además al muy desgraciado no lo veía hace quince años, y el tiempo no pasaba en vano, las arrugas habían marcado su piel a tal punto que sus ojos ya no se veían, daba la impresión que ahora era un hombre muy infeliz.
Me acerqué y me senté a su lado ofreciéndole mi compañía. Aceptó. No sabía qué decirle ni tampoco cómo empezar, quince años no son pocos, este era mi momento y no lo quería desperdiciar.
-¿Alfonso?- Pregunté.
- Sí, con el mismo- Dijo con una tranquilidad que me sorprendió porque aún no me reconocía, pero tampoco esperaba mucho de él, de todas maneras era un imbécil y no me extrañaría que se estuviera haciendo el desentendido.
- ¿Alfonso Santander?
- No joven, Rodríguez, como la calle.
En ese momento se me cayó el mundo a pedazos, como cuando se quiebra un espejo, la diferencia es que todos esos vidrios, esos fragmentos de mi memoria no los quería limpiar. A veces el recuerdo nos perturba demasiado y esta era mi chance. Quería que en ese momento él fuera mi padre, por esa tarde, ahí en las banquitas de la Victoria donde se juntan las calles que se pierden en el vacío, un vacío que de pronto se me hacía un todo, ese todo que me obligaba a llenarlo con él, el mendigo de la Plaza Victoria.

04 octubre 2005

-¿Por qué filmar una historia, cuando se puede escribir?¿Por qué escribirla, cuando se va a filmarla?-


El último cigarro de los Hilton, tener una cajetilla y darse el lujo de fumar era un privilegio de muy pocos. Pero estaba ahí, tentativo, en la mesita bajo la ventana. Eran ya la once de la mañana y mi palomita aún no pasaba a buscar los discos de Pink Floyd que le había conseguido por medio de un amigo en el mercado negro, tendría que aceptarlo de algún modo u otro frente a ella, me habían costado un dineral.En la radio no dejaban de sonar Víctor Jara y Quilapallun, se me hacía imposible encontrar la sintonía de la radio Agricultura para que la voz metálica dentro de la cajita me diera las últimas noticias del acontecer nacional.Era extraño pero desde que desperté no sentía el bullicio de la gente del centro, esas personas que parecían hormigas caminando de un lado a otro sin cesar. El sol estaba radiante y entraba por la ventana cuya vista daba un costado de la moneda, todo parecía estar tranquilo y en completo orden, ese orden ya se me estaba haciendo poco particular. Algo pasaba y no andaba bien.Ya era un cuarto para las doce, el vicio me ganó, fui a la mesita y saqué el cigarro que estaba guardado hace días en su sobre rojo con blanco, arrugado como una pasa; sin embargo, era lo único que me quedaba.Ensimismado en la labor de encenderlo, sentí un estrepitoso ruido que hizo temblar todas las ventanas del departamento, parecían mas bien gritos que iban y venían, se apagaban en ciertos ratos pero luego volvían otra vez. Mire al cielo y vi dos halcones, con sus alas extendidas al sol, de un color metálico y brillante que enceguecían mis ojos, volaban alrededor de un nido de hormigas, cuyo interior parecía estar vacío. De un momento a otro estos rapaces halados se dejaron caer como peso muerto sobre estos cimientos y el ruido fue cacofónico, molesto para cualquier oído humano.Desde las alturas veía como todo se llenaba de humo en la ciudad, en ese instante comprendí como el smog también tenía su historia. El nido no estaba vacío en su totalidad, tras el fuerte choque de los halcones, comenzaron a salir todas las hormigas corriendo apresuradas hacia distintos lados. Torpes en su pasar, algunas caían y otras que simplemente no se levantaron más. Era un espectáculo de la naturaleza frente a mis ojos, la ley del mas fuerte. Parecía mas bien el juego de un niño tratando de quemar con una lupa los insectos del terrario.Los pájaros metálicos se volvieron a levantar y emprendieron nuevamente su vuelo, escondiéndose tras los cerros de concreto.El ruido cesó, luego vino un silencio de esos que llegan a doler los oídos. Miré nuevamente el nido ya destruido y corrió una brisa, un aire distinto con un olor especial, un olor a pólvora y cambio...