Si ayudo a una sola persona a tener esperanza, no habré vivido en vano.
Ahí en la Victoria
Ahí en la Victoria
Valparaíso es grande, su gente y cultura también. Es tan grande que se pierde entre los cerros y el mar. Ahí ya casi nadie sabe donde termina ni tampoco con certeza donde empieza. Bajo la arena supongo que también debe haber mar. Valparaíso es tan grande que sus calles desparecen con la noche y sus pequeñas lucecitas iluminan el vacío.
Un día caminando, creí ver a mi abuelo. Años sin cruzar una palabra. Supongo que no me reconoció, así que me di la vuelta y trate de seguirlo. De pronto desapareció con la multitud. Dicen que todas las personas tienen un doble en el mundo, tal vez esta fue la ocasión. Me habían contado que él ya había fallecido hace mucho tiempo atrás.
Ya cansado, decidí ir a sentarme a la plaza de la Victoria. Se supone que ese es el centro de Valparaíso, pero aquí todo parece ser el principio de todo. Tan solo me senté en unas banquitas y me deje claudicar por la humanidad...
A la distancia había un hombre, el parecido a mi era demasiado, estaba sentado con una bolsa de papel de donde sacaba los ideales para lanzárselos a las palomas, ahí estaba él, mi padre. Estaba seguro que lo era y además al muy desgraciado no lo veía hace quince años, y el tiempo no pasaba en vano, las arrugas habían marcado su piel a tal punto que sus ojos ya no se veían, daba la impresión que ahora era un hombre muy infeliz.
Me acerqué y me senté a su lado ofreciéndole mi compañía. Aceptó. No sabía qué decirle ni tampoco cómo empezar, quince años no son pocos, este era mi momento y no lo quería desperdiciar.
-¿Alfonso?- Pregunté.
- Sí, con el mismo- Dijo con una tranquilidad que me sorprendió porque aún no me reconocía, pero tampoco esperaba mucho de él, de todas maneras era un imbécil y no me extrañaría que se estuviera haciendo el desentendido.
- ¿Alfonso Santander?
- No joven, Rodríguez, como la calle.
En ese momento se me cayó el mundo a pedazos, como cuando se quiebra un espejo, la diferencia es que todos esos vidrios, esos fragmentos de mi memoria no los quería limpiar. A veces el recuerdo nos perturba demasiado y esta era mi chance. Quería que en ese momento él fuera mi padre, por esa tarde, ahí en las banquitas de la Victoria donde se juntan las calles que se pierden en el vacío, un vacío que de pronto se me hacía un todo, ese todo que me obligaba a llenarlo con él, el mendigo de la Plaza Victoria.
Un día caminando, creí ver a mi abuelo. Años sin cruzar una palabra. Supongo que no me reconoció, así que me di la vuelta y trate de seguirlo. De pronto desapareció con la multitud. Dicen que todas las personas tienen un doble en el mundo, tal vez esta fue la ocasión. Me habían contado que él ya había fallecido hace mucho tiempo atrás.
Ya cansado, decidí ir a sentarme a la plaza de la Victoria. Se supone que ese es el centro de Valparaíso, pero aquí todo parece ser el principio de todo. Tan solo me senté en unas banquitas y me deje claudicar por la humanidad...
A la distancia había un hombre, el parecido a mi era demasiado, estaba sentado con una bolsa de papel de donde sacaba los ideales para lanzárselos a las palomas, ahí estaba él, mi padre. Estaba seguro que lo era y además al muy desgraciado no lo veía hace quince años, y el tiempo no pasaba en vano, las arrugas habían marcado su piel a tal punto que sus ojos ya no se veían, daba la impresión que ahora era un hombre muy infeliz.
Me acerqué y me senté a su lado ofreciéndole mi compañía. Aceptó. No sabía qué decirle ni tampoco cómo empezar, quince años no son pocos, este era mi momento y no lo quería desperdiciar.
-¿Alfonso?- Pregunté.
- Sí, con el mismo- Dijo con una tranquilidad que me sorprendió porque aún no me reconocía, pero tampoco esperaba mucho de él, de todas maneras era un imbécil y no me extrañaría que se estuviera haciendo el desentendido.
- ¿Alfonso Santander?
- No joven, Rodríguez, como la calle.
En ese momento se me cayó el mundo a pedazos, como cuando se quiebra un espejo, la diferencia es que todos esos vidrios, esos fragmentos de mi memoria no los quería limpiar. A veces el recuerdo nos perturba demasiado y esta era mi chance. Quería que en ese momento él fuera mi padre, por esa tarde, ahí en las banquitas de la Victoria donde se juntan las calles que se pierden en el vacío, un vacío que de pronto se me hacía un todo, ese todo que me obligaba a llenarlo con él, el mendigo de la Plaza Victoria.