18 mayo 2010

Aquí no ha pasado nada


El bar de pronto quedó en silencio, las botellas y los brindis dejaron de sonar. El centenar de autos que abundan en la calle Tamaulipas en la Colonia Condesa del Distrito Federal que acostumbran a pitar incesantemente sus bocinas callaron. “Es que todos lo vieron” dice Marta una de las meseras del IU, un bar en el que abundan los chilenos y mexicanos buscando oportunidades con alguna extranjera.

Sobre las cabezas de todos pasó un jet privado con un ruido ensordecedor, tratando torpemente de esquivar la gran cantidad de edificios. Su destino claramente no era estrellarse, sino que llegar a Guadalajara para una reunión con el presidente Felipe Calderón, pero la tragedia no ocurrió en la Condesa, un lugar lleno de bares y discotecs, donde se mueve toda la vanguardia cultural mexicana. No, el destino no era ese, sino que en Polanco, la comuna próxima a la de los artistas, una de las Colonias con mayor poder adquisitivo del Distrito.

En la aeronave se encontraban 45 pasajeros, entre ellos el secretario de gobierno Juan Camilo Mouriño y Santiago Vasconcelos, titular de la Subprocuraduría de Investigación Especializada en Delincuencia Organizada, quien días antes había declarado la guerra a la banda de los Zetas, un grupo de narcotraficantes que desde el 2001 estaban tratando de imponer su cartel por sobre los pequeños dealers de la capital.

El bar estaba perplejo, la música se apagó y los televisores dejaron de mostrar videoclips de MTV, para poner el noticiero nacional. En la calle Reforma, una de las arterias principales que cruza toda la ciudad estaba el río de fuego, del avión quedaba sólo un pedazo de alerón, el resto pulverizado, los autos en llamas y los edificios con sus vidrios quebrados.

Como la televisión azteca no tiene filtro y tiene permitido mostrar cadáveres, ejecutados por el narcotráfico tenía la autorización total para estar en la zona cero. Un video aficionado alcanzó a grabar como el avión se estrelló y comenta para todo el país lo que vio y la hazaña de estar vivo.

-¡Cuéntanos Juan Mauricio Vásquez cómo lograste salvarte de milagro!- grita un nervioso periodista a todo pulmón a través de las pantallas del televisor.

- Yo estaba aparcando el auto al otro lado de la calle y no manches, que alcancé a ver el avión que venía y venía y pues corrí hasta el otro lado de la plaza debajo de unos pilares. Ta cabrón esto- comenta con los ojos desorbitados, aún en estado de shock, como si hubiese escuchado el grito de los pasajeros antes de morir. – Aprovecho de saludar a la jefa que está en la casa, vieja estoy bien, cuida a los niños – alcanza a decir Vásquez, uno de los testigos claves del incidente agarrado al micrófono del periodista de TV Azteca.

En el bar el silencio sigue igual, los teléfonos empiezan a sonar y la frase es la misma, tranquila estoy bien, no pasa nada, no mames qué cagada.

Un cliente del bar de unos 60 años, con la mirada clavada al televisor, pero con una tranquilidad que asombra, como si estuviera acostumbrado a este tipo de cosas me pregunta si en Chile pasan estas cosas, le digo que no que allá es de lo más tranquilo.

-Es que acá somos muchos más que ustedes-

-¿Pero qué tiene que ver eso?

-Que acá en México tenemos que eliminarnos entre nosotros, porque no cabemos tantos en la ciudad, es como la ley de la selva.

El 2008, por el narcotráfico en todo México murieron 6 mil personas, la gran mayoría gente inocente, el resto de la cifra son policías corruptos, traficantes, gente de gobierno, periodistas y ajustes de cuentas entre bandas rivales.

-La situación se descontroló cuando declararon la guerra a estos narcos, hay que dejarlos vivir tranquilos, así no nos chingan a nosotros – comenta enojado – Sabes, acá hay un dicho que resuena mucho entre los chilangos, estamos tan lejos de Dios, pero tan cerca de Estados Unidos- agrega.

El dueño del bar obliga al dj a subir la música, la televisión no se cambia de canal, pero la idea es que pase luego el tema y la gente consuma. Ya pasó lo peor dicen algunos y de pronto comienza todo a volver a la normalidad, como si no hubiese pasado nada, los pitazos en Tamaulipas resuenan y la gente vuelve a gritar, aquí no ha pasado nada dicen muchos, aquí hay que hacer como que nada pasa, comenta el viejo entre un limón y tequila.